Otro punto de vista analítico sobre el acorde de Tristán, vía Estudio nº 10 para piano de Claude Debussy

Este análisis estudia una nueva perspectiva respecto al acorde de Tristán, que es retomada implícitamente por Debussy en las primeras décadas del siglo XX, y continuada y desarrollada por varios compositores treinta años después. Esta perspectiva trataría de liberar de asunciones exclusivamente armónicas a la composición, la cual se observa también como vehículo susceptible de expresar espacio por medio de la geometría.

20110421-PDF_acorde-tristan-angel-arranzYo no creo ya en la omnipotencia de su sempiterno: do, re, mi, fa, sol, la, si, do. No hace falta excluirlo, sino acompañarlo, desde la escala de seis tonos hasta la escala de veintiún grados. Hay que usar copiosamente la enarmonía, pero también distinguir un sol bemol de un fa sostenido… La música no es mayor ni menor… es un compromiso entre terceras mayores y terceras menores: de golpe, las modulaciones que se creían más lejanas se hacen sencillas… Con los veinticinco semitonos contenidos en la octava, se tienen siempre a disposición acordes ambiguos, que pertenecen a treinta y seis tonos a la vez.  Con más razón aún, se dispone de acordes incompletos, de intervalos indeterminados, aún más flotantes. De suerte que, al ahogar el tono, siempre se puede, sin tortuosidades, desembocar donde se desee, salir y entrar por cualquier puerta que uno prefiera”. (Claude Debussy , en cierta ocasión, a Guiraud)

Esta significativa sentencia, suscrita arriba por Debussy, la cual representa a su modo los principios de un verdadero manifiesto estético, define en un puñado de palabras cómo podría describirse la filosofía del impresionismo en términos de estrategia compositiva, filosofía que al mismo tiempo no tiene nada –o muy poco- que ver con el último período post-romántico wagneriano. La composición se aborda como algo notablemente orgánico, como un asunto que se resuelve desde otra serie de preocupaciones que tratan de dejar atrás, como si se tratase de la caricatura de una despedida sentimental, toda la lógica hegeliana que concierne a la formalización musical –tesis, antítesis, por lo tanto, síntesis- o las exacerbaciones de una manera de reflexionar promovida por Schopenhauer, la cual se empeña en pasar indefectiblemente por lo violento de la naturaleza, que a su vez se empeña en pasar por el filtro de los deseos humanos. Por otro lado, en el lapso de treinta años comprendido entre las décadas de 1890 y 1920, la corriente de vanguardia comenzó a orientarse hacia una concepción más sofisticada del tiempo en detrimento de las viejas leyes tonales, las cuales se disolvieron en una extraña expresión modernista. Entre todos estos supuestos, la música compuesta al comienzo del siglo XX en París abraza manifestaciones que paradójicamente explican mucho mejor estas poderosas energías naturales, invocadas poco tiempo atrás por los compositores adoradores de los dioses vikingos. Tal es el caso de Claude Debussy, un compositor que supo sintetizar aquellos mundos de tintes epopéyicos.

Dejando aparte lo que podría ser realmente el núcleo de la siguiente argumentación -esto es, música como tiempo o música como espacio-, en su lugar rastrearemos ciertas realidades específicas intermedias, las cuales podrían dibujar una perspectiva basada en ambas figuras, Richard Wagner y Claude Debussy. Y probablemente ello sería posible debido al hecho de que ambos compartieron ciertos gustos en cuanto la utilización de elementos espaciales/simbólicos como referencias compositivas. También ambos contribuyeron a una nueva concepción de la composición alrededor del tándem sonido-espacio, desde un punto de vista de lo gráfico, más que desde lo físico –aspectos los dos profundamente desarrollados algunas décadas después por algunos compositores contemporáneos-, y ambos compartieron también un gusto especial por el incipiente ocultismo, entendido en cierta manera como una subcultura paralela outsider, respecto a los márgenes de la corriente cristiana. Dentro de tal panorama, ambos compositores supieron encontrar el camino hacia una nueva integridad de la música, cada uno de ellos en sus propios dominios; dicho de otro modo, ambos (de)limitaron los viejos territorios mentales con el fin de construir nuevas vías de pensamiento que contribuirían a establecer modelos sobre los que erigir la música. Y ciertamente, el camino pertrechado por Wagner, y retomado por Debussy, comenzó un rastro que en cierto modo es nítidamente divisable en nuestros días.

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