Así hacen todas

[UNA TEMPORADA EN LA ÓPERA]
El “Così fan tutte” de Mozart, que se ha visto en el Teatro Real bajo la dirección escénica de Haneke y la musical de Cambreling/Drömann, es un ejemplo bastante claro de cómo se hacen óperas hoy en día.

L20130322_cossi-fan-tutte-teatro-reala frase que encabeza el artículo es la traducción al español de Così fan tutte, la ópera de Mozart con libreto de Da Ponte que se representa en el Teatro Real de Madrid bajo la dirección escénica de Michael Haneke y la musical de Sylvian Cambreling o Till Drömann, dependiendo del día. Lo que significa en la ópera y lo que significa en este artículo son cosas distintas gracias a las potencialidades del lenguaje. En la primera es la frase que dicen los hombres protagonistas cuando acaban aceptando cómo se comportan las mujeres en las relaciones amorosas cuando hay galanes a tiro que muestran interés por ellas. Sin embargo en el título de este artículo se usa para poner de manifiesto que así es como hacen todas las óperas el Teatro Real de Mortier y en otros muchos festivales y teatros de ópera, sobre todo en Europa. O al menos eso parece.

El método consiste en elegir una obra más o menos conocida o apreciada, a ser posible menos por el gran público y más por los considerados connaisseurs que manejan el cotarro. Se le añade un elemento mediático, cultureta a ser posible, en este caso la dirección de escena de Haneke al que durante su estancia en Madrid se le dio la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes. Elemento que, como en este caso, puede coincidir con otros elementos extraoperísticos, normalmente azarosos, como que el director de escena tiene película en el mercado nominada a los premios Oscar de Hollywood, película de la que también hablan los medios por su calidad y otras muchas virtudes. Da igual que en las múltiples entrevistas que se le hagan el propio director diga que no va al teatro a ver y escuchar óperas. Que él las escucha en casa en su reproductor de CDs en su/s versión/es favorita/s. Lo que indica bastante la relación que tiene con el hecho operístico, a pesar de su formación teatral. El que la dirección musical funcione y suene bien la orquesta se suele dejar al azar. En este caso la orquesta lo hace bien[1] Esta forma de elegir a los directores suele producir desencuentros entre la escena y el foso, normalmente a favor del foso, por lo que reafirma a la audiencia habitual que lo moderno y/o lo contemporáneo no son ni pueden ser parte de su afición por la ópera.

En este sentido Così fan tutte podría ser el resultado bueno de esta fórmula. Todo está bien. Los cantantes no solo saben cantar, también saben actuar (siempre y cuando se compare con las actuaciones de otros cantantes y no de actores profesionales). De hecho, William Shimell, que interpreta a Don Alfonso, ha sido protagonista junto a Juliette Binoche de Copie conforme la última película estrenada en España del cineasta iraní Abbas Kiarostami. Los directores de escena y musical parecen compenetrados para contar la historia. El escenario es bonito, agradable. Si nada esta mal, entonces ¿por qué no funciona?

Primero, porque no se ha escuchado la música. Una música que habla de la joie de vivre es puesta en escena como una tragedia para unas señoritas burguesas de la alta sociedad actual que viven en un palazzo italiano. ¿Alguien se puede creer que en nuestra sociedad no sepan a que están jugando? ¿No son estas chicas carne de cañón de la serie Gossip Girl o, por manejar referentes más cercanos, de la educación sentimental de la serie española Fisica o Química? A eso hay que añadir que los novios disfrazados de albanos obvien el disfraz, sin razón alguna, durante gran parte de la mascarada por lo que es imposible que sus chicas no los reconozcan. Más. Despina, la vieja criada, disfrazada de pierrot lunaire, se pasea como alma en pena y se encarna en unos exagerados médico y notario, recurriendo al clownismo o la pantomima (con una referencia muy fuera de lugar a Chaplin). La suspensión de toda credibilidad para el espectador se va al traste. De nuevo, el público habitual de ópera se inhibe de lo que está viendo y le están contando, para dejarse engatusar por una música que les gusta mucho y que interpretan buenas voces y una mejor orquesta. Lo demás, lo obvia.

Tal vez no fuera Haneke, por su poética, el mejor director de escena para dirigir este dramma giocoso y darle la ligereza que necesita para ser profundo. Él es un reconcentrado intelectual europeo reconocido urbi et orbi por sus oscuras y terriblemente tristes y desasosegantes obras al que se le pone delante una comedia. Si bien es cierto que él debió decir que no, no es menos cierto que su reciente trayectoria tampoco invitaba a ofrecérsela. Lección aprendida, pues también en las entrevista dice que no dirigirá Las bodas de Fígaro, la única que le falta de las tres creadas por el binomio Mozart-Da Ponte.

Y la vida sigue. Y se sigue sin incorporar la ópera al espacio público, al menos que se entienda incorporarla a dicho espacio el que sea noticia en los periódicos quién dirige en la escena y en el foso, quién canta o deja de hacerlo y sus currículos respectivos, quién es el compositor y/o el libretista. No, la ópera ofrece historias, cuentos, un conocimiento que debería ser debatido y discutido públicamente. Donde todos los médiums que se colocan en escena, desde los directores a los cantantes pasando por escenógrafos, tramoyistas o realizadores, deberían hacer una propuesta que permitiera hablar el tema que libretistas y compositores proponen. Porque todos los porqués que se plantea Haneke al principio del programa están respondidos en la obra y hubiera obtenido la respuesta si en vez de preguntarse por qué se hubiera limitado a leerla (con los ojos y los oídos) y no a escucharla en un CD en la penumbra de su posiblemente oscura biblioteca. Su propuesta hace pensar que no deja que entre en ella ni un rayo de sol, como tampoco deja entrar la hermosa luz de una luna llena de una noche de verano en el sur de Europa. Sur en el que no hacen falta chimeneas, como la que se enciende en escena de noche, para calentar los cuerpos que han estado sometidos durante todo el día a un sofocante calor. Pues el ser humano no es solo cuerpo, como tampoco es solo razón. Y, porque al contrario de lo que opina Javier Pérez Senz en el programa de mano (¡bienvenido al programa cómo está hecho!) esta obra no necesita cirujanos que la disequen sino médicos que la animen, que la hagan revivir en escena como si fuera puesta en ella por primera vez. Ya que la fidelidad sigue siendo un valor en las relaciones de pareja. Parejas que se divierten juntas con las historias de intercambios venéreos que se cuentan en los populares talk shows televisivos a cualquier hora, incluido en el protegido horario infantil. Historias que van dejando en el aire un olor, una idea, de que así hacen todas, que por razones de igualdad se ha convertido en así hacen todos. Olores aventados por doquier por rijosos y actuales Don Alfonsos y no menos estridentes Despinas. Pero para ver todo esto no solo hay que entender el mundo, también hay que estar en el.

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[1] Esta crónica pertenece a uno de los días que dirigió Till Drömann

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