Recibe tibios aplausos el Werther de Massenet que se representa en el Teatro Real. Los motivos pueden ser varios. Desde las cansinas puesta en escena y dirección de actores hasta la falta de recursos actorales de algunos de los cantantes, atentos a la voz, pero no a la actitud corporal y al movimiento al cantar. Y todos estos defectos se concentran, incluida una más que discutible pronunciación del francés, en José Bros. De nuevo el mismo error. La elección de una voz. El olvido de que la ópera no es un concierto, sino teatro. A la que se suma la irregularidad del elenco. Cada uno haciendo lo mejor que sabe hacer, como si la función dependiese de ellos individualmente y no del conjunto. Se agradece, por tanto, que la obra sea relativamente corta. Suficiente para escuchar y apreciar la música del compositor. Bella por momentos, belleza que la orquesta supo, también trabajando por libre, mostrar bajo la dirección de Emmanuel Villaume.
Un párrafo como el anterior suele considerarse poco correcto y educado en una crítica y en ámbitos profesionales. De forma genérica ya no se puede escribir ni decir “no”, “malo”, “equivocado” y otras muchas palabras. Menos si se escribe en un medio con gran difusión o se asiste a un congreso de expertos o en un ámbito meramente profesional. Sea la oficina o sea el teatro. Esto no es sólo privativo del mundo musical. Está más extendido. Consecuencia directa del lenguaje positivo que se tiene que usar para decir que algo está mal. Los gurús de la comunicación, elegidos como tales por los mediocres que gestionan los órganos de poder y decisión han dado un mandoble al uso del lenguaje. El mundo se ha vuelto un lugar en el que hay que leer entre líneas. Sobreentender de qué se está hablando. Convirtiendo a los ciudadanos en lectores de signos, adivinos de lo que se quiere decir en lo que se dijo. Costumbre que permite, está permitiendo, que lo que se diga pueda interpretarse de una manera y su contraria.
En un mundo así, no es de extrañar que se programe con cierta frecuencia Werther. Werther ama a Charlotte. Charlotte ama a Werther. Albert, el prometido de Charlotte, el padre de ella, los amigos del padre, la ciudad entera lo saben. El melancólico Werther, que triste se pasea por las calles, mueve a la compasión. Igual que ella que mantiene la promesa de casarse con un pastor de la iglesia, el citado Albert. Promesa que hizo a su madre en el lecho de muerte. Todos saben lo que está mal y lo que está bien. Sin embargo, todos siguen comiendo cono si nada en esa larga mesa en la que Willy Decker, el director de escena, sienta a todo el elenco en un momento del montaje.
Si esta obra tiene o puede tener una lectura contemporánea es esa. El silencio o la mordaza que poco a poco se nos está imponiendo y que con gusto nos autoimponemos. Recluyendo el verdadero pensamiento y conocimiento a lo íntimo, a lo privado. Una forma de evitar que se nos diga lo que hacemos mal, que nos equivocamos. Se llama buen gusto. Se llama ser positivo. Una mordaza que lleva a la desgracia. A la muerte. O a la responsabilidad por no haber evitado esa muerte y causar en los vivos, incluido uno mismo, la desgracia. Porque al final, hay compatriotas, camaradas, algunos de los que se llaman amigos y otra ralea que sí se atreven a usar esas palabras. Pero estos tienen un objetivo claro y concreto, alejado de lo bueno. A saber, que nos apretemos el gatillo, en los tiempos que corren, se entiende que figuradamente, igual que los amigos del padre de Charlotte, y su propio marido, así, quieren y desean que lo haga Werther.
El tibio aplauso general hace pensar que el público puede ser receptivo a la próxima temporada que se presentó a la prensa coincidiendo con esta ópera en el escenario. Sin embargo, un análisis más detallado del aplauso, que no fue siempre tibio y que se regodeó en los cantantes principales y en el director de orquesta, hace pensar que este público no está por la labor de reflexionar sobre la condición humana, como quiere Mortier. Más bien prefiere una ópera que les reafirma en un mundo que consume glotonamente contenidos fabricados única y exclusivamente para llenar la gran cantidad de contenedores existentes. Un mundo en el que la realidad resulta menos interesante que el reality, como Juan José Millás dixit.
Referencias
- Werther – TEATRO REAL (en español)
- Teatro Real Temporada 2011-2012 (en español)
- “Contenidos”, artículo de Juan José Millás Edición impresa de El País (en español)
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