No resulta nada fácil hablar de un colega, menos de su obra, y aún todavía menos si te une amistad con él. Seguramente podría decir que es una mala costumbre no hacerlo. Y es que quizá estamos, los autores (y no sólo los autores), demasiado ocupados en la observación de nuestro ombligo, de nuestros logros y miserias, mientras que parece que todo los que nos rodea se muestra a priori como “hostil” o ”peligroso”, y el simple hecho de plantearse una crítica pública (con la posibilidad de tener que obviar lo negativo y dar énfasis a lo más interesante), supone entrar de lleno en terreno movedizo, cuando no en la mismísima boca del lobo. En el caso que nos ocupa, la reciente aparición de Manantial de luz, de Jesús Torres (Zaragoza, 1965), en el sello austriaco KAIROS, lo tengo un poco más fácil, y reconozco que el riesgo es mínimo dada la calidad de lo que se puede escuchar en el registro. Aun con esta ventaja de partida, dado que mi abordaje sobre las cinco obras que componen este monográfico quiere ser sincero y -en la medida de lo posible- sacudiéndome los prejuicios que pudiera imponer la amistad, el planteamiento crítico se dará en dos direcciones: por una parte, la exposición de lo que observo (escucho) como compositor; por otra, de lo que percibo y siento como oyente (distancias oscuras en su delimitación…). Y lo haré, creo que por primera vez y de manera intencionada, sin atender a la partitura, intentando de este modo eludir así las posibles deformaciones del análisis sobre el papel.
El CD comienza con la obra que le da título y que es -junto con Poética- también la más reciente (2007). Manantial de luz, escrita para piano solista y conjunto de seis instrumentos (flauta, clarinete, percusión, violín, viola y violoncello), despliega toda una interpretación personal y estética del asunto que le concierne: la luz. Pero ni es catálogo de sensaciones personales (o eficazmente transmitidas), ni tampoco pertenece al reino de la introversión o del ocultamiento premeditado. Como me suele ocurrir con la música de Torres, tengo la sensación (creo que basada en una percepción cierta) de que el debate se desarrolla siempre en el entorno de una puesta en primer plano de la poética del autor, aunque éste no lo pretendiese. Es decir, es un compositor que logra situarnos ante verdadera música a la vez que hace que nos preguntemos cómo puede obtenerla a partir de su forma peculiar de entender el discurso, la forma y, en general, el lenguaje. Y esta es una manera muy íntegra de crear, y muy propia de los autores honestos a la vez que inteligentes y personales. En esta interlocución que -directa o indirectamente- se plantea al que escucha, no sólo se muestra una voz propia sino que se lanza un reto: la necesidad de elaborar una perspectiva crítica. Porque -centrándonos en la observación de Manantial de luz- el lenguaje desplegado hace preguntas sobre el que se produce en nuestro tiempo. En el comienzo pianístico a solo ya se puede percibir que la obra va a tratar lo lumínico desde una perspectiva poética, muy lejana a los planteamientos de adecuación simbólica de parámetros más o menos medibles físicamente, tan propios de nuestro tiempo. En su trancurso, la obra va introduciendo elementos de carácter melódico, en ocasiones de gran intensidad expresiva y cada vez más reconocibles, que irán conformando el debate al que me he referido antes, a la vez que van construyendo su particular tensión dramática. Una tensión que no se percibe como teleológica y, sin embargo, tampoco se podría decir que eluda puntos climáticos, aunque éstos se disuelvan o, en vez de asentar la idea precendente, abran la puerta a una nueva perspectiva. A partir de la quinta sección, Íntimo, con dulzura, después de la parte introductoria del piano, se produce un giro donde el ritmo toma la palabra y se muestra con una explicitud que forma parte de esa interpelación a la que me estoy refiriendo. Y en este punto llega esa pregunta esencial: si partimos de un lenguaje que no oculta unos lazos muy profundos con la tradición, ¿cómo es posible tener la sensación de estar escuchando una obra plenamente integrada en nuestro tiempo y, sobre todo, de absoluta vigencia? Porque uno de los problemas que habitualmente acompañan estos vínculos directos con la tradición es que el autor suele caer fácilmente en el tópico de la recuperación (identificada ésta con los neoclasicismos, neoromanticismos o cualquier otros “neo” que se nos puedan ocurrir), o bien en un uso “desprejuiciado” y muchas veces “aestético” que -justificado casi siempre en el paso abrumador de los presupuestos más banales de la posmodernidad- suele conducir a una postura con alguna dosis de dilentancia. En la obra de Torres el enigma se produce cuando observamos la “naturalidad” con la que determinados elementos -que en forma artificialmente diseccionada podrían clasificarse como propios de un lenguaje de clara adscripción tradicional- penetran en el discurso sin aspavientos, plenamente integrados en la unidad de la obra y constitutivos de una extraña pero indudable coherencia. El final de la obra es verdaderamente sorprendente y sería un crimen desvelar con palabras un atisbo de su ser.
La segunda obra es Poética, también de 2007, escrita para trío (violín, cello y piano) y clarinete. La presencia en este caso de la gran poesía romántica germana (Novalis, Hölderlin, Rilke), del primer expresionismo de Georg Trakl y de la indagación dramática en el lenguaje de Paul Celan, proporcionan a la obra musical un material extremadamente sugestivo a la vez que coherente. El poema aquí se hace música -o quizá mejor- la palabra poética encuentra una extensión sonora y musical diferente a la que porta en su forma original. Es una obra de síntesis fuera de cualquier descripción o vuelo narrativo, en la que Jesús Torres invoca la sugerencia desde un plano muy personal y auténtico. No se tiene la impresión de una música que fluya motivada por la lectura poética, sino que la poesía ha logrado introducirse en el compositor para aflorar en forma de sonidos ordenados. Es una obra bella porque Torres ha sentido como suya la belleza de los poemas. Y es una obra de reflexión porque la palabra de cada poeta se mueve en la intensidad del pensamiento de su tiempo, y el compositor ha bebido en cada fuente, extrayendo sus esencias.
Trío es una pieza de 2001, la primera escrita para el Trío Arbós, eje interpretativo del registro de KAIROS. Si en el libreto del CD Álvaro Guibert habla acertadamente de cómo el compositor “domina el juego de equilibrios y desequilibrios entre los instrumentos, que tan pronto exhiben crudamente sus diferencias como se refunden en aleaciones nuevas o sorprendentes“, se podría añadir que este juego se presenta de un modo extremadamente plástico, en el que el sonido parece transformarse por momentos en materia tangible, aunque ésta se escape constante y caprichosamente de las manos. En mi sensación particular de escucha, la metáfora pictórica se hace visible en la huella del surrealismo, quizá en algunas obras del segundo cuarto de siglo de Max Ernst y en el Joan Miró anterior a su “asesinato de la pintura” (en la explicación de Georges Hugnet dió a su alejamiento del surrealismo para explorar nuevos planteamientos estéticos). Pero al margen de consideraciones subjetivas, lo que sí se puede decir de Trío es que el color, las formas en movimiento y la luz son aspectos que afloran exhuberantes en su escucha.
Las siguiente obra que podemos escuchar es Presencias (2002), obra para piano solo que contiene en los títulos de la segunda y cuarta piezas sendas dedicatorias a dos los pianistas más relevantes que pueblan la actualidad del panorama español: J.C., por las iniciales de Juan Carlos Garvayo (miembro del Trío Arbós, y que interpreta la obra en este registro) y Yakarta, como referencia a la ciudad de nacimiento de Ananda Sukarlan. Las dos piezas que completan la colección son Liturgia y Perspectivas (números 1 y 3, respectivamente), de carácter meditativo la primera y de evocación geométrica la tercera. Esta última, habla desde la imagen infinita del pasillo vacío, en el que van apareciendo y desapareciendo objetos que nos interpelan. Si quisiera insistir en la sugerencia pictórica mi mirada se volvería en este caso hacia un Paul Delvaux o -quizá mejor- hacia las perspectivas arqueadas de Giorgio de Chirico, donde luz y sombra hacen aflorar la presencia del hombre convertido en diminuta silueta…
La obra que cierra el CD es Decem, de 2006, en la que el compositor gira hacia el divertimento, con claras alusiones a la música caribeña. Al principio del artículo prometí sinceridad, y cumpliré la promesa: personalmente es la obra que me parece ”menor” de las tratadas. Seguramente el carácter premeditadamente lúdico y de celebración (escrita para el 10º aniversario del Trío Arbós), mezclado con mi poco apego a la exposición explícita de sabores étnicos, pueda resultar una explicación suficiente. Por otra parte, creo que no hace falta decir que, técnicamente hablando, la obra mantiene la calidad y pulcritud en la escritura que caracteriza al autor.
No me he detenido en el aspecto interpretativo, y creo que no haría justicia si el artículo concluyese sin dedicar al menos unas líneas. En el precioso comentario de Juan Carlos Garvayo que puede encontrarse en el libreto del CD (cuya lectura recomiendo vivamente), nos indica respecto al abordaje interpretativo: “Para el intérprete, como es mi caso, que se entregue sin reparos a la enorme complejidad técnica de la música de Jesús, las recompensas son también numerosas: una vez franquedas las monumentales trabas iniciales de destreza y entendimiento, el intérprete experimenta un genuino agradecimiento hacia una música con la que todavía es posible crecer. Las altas dosis de precisión, disciplina y concentración necesarias para aprehender las exigencias extremas de la música de Jesús son un reto al que los intérpretes asiduos de esta música creemos firmemente que merece la pena someterse.” Estas palabras resumen -además de la admiración de Garvayo por la obra de Torres- toda una visión sobre el hecho interpretativo, que pone claramente de relieve las diferencias entre la “lectura” y la “interpretación”, además de mostrarse casi como una “declaración de principios” del músico. El Trío Arbós -Miguel Borrego (violín), José Miguel Gómez (cello) y Juan Carlos Garvayo (piano)- es un proyecto interpretativo de verdadera calidad, donde el planteamiento no se ciñe únicamente a la precisión técnica o a la puesta en público de sus indudables virtudes como músicos (y digo esto porque, además, puedo hacerlo desde mi propia experiencia como compositor que ha puesto obra en sus manos). Va mucho más allá. El acto de interpretar se nos muestra como lo que realmente es: el vehículo efectivo que el autor tiene para que su pensamiento musical aflore en sonidos y pueda ser comunicado a otros. Y esto no es posible sin la comprensión de la propuesta estética y -sobre todo- que este análisis profundo e interior, lleve a unas propuestas concretas y definidas. En este paso imprescindible la música debe quedar impregnada por otra visión -la de los intérpretes- que servirán de medium con el oyente. Doy fe de que el Trío Arbós cumple, punto por punto, con ese compromiso y que se produce la magia de la transmutación que hace posible que unos signos escritos se conviertan en arte. Por último, para hacer justicia plena en el comentario, decir que estas consideraciones pueden hacerse perfectamente extensibles a los demás músicos que participan en el registro de KAIROS, nombres todos ellos que creo no necesitan presentación: José Luis Estellés (clarinete), Paul Cortese (viola), Juanjo Guillem (percusión) y Cécile Deroux (flauta).
Información
Manantial de luz. Jesús Torres
Juan Carlos Garvayo, Trío Arbós, Cécile Daroux, José Luis Estellés, Paul Cortese y Juanjo Guillem.
KAIROS 0013012KAI
1 CD – DDD
01. Manantial de luz (22’15″)
I. Onirico
II. Inmaterial, suspendido
III. Torrencial, inundado de luz
IV. Íntimo, con dulzura
V. Vivo, con absoluta precisión
VI. Intensamente dramático
02. Poética (12’49″)
I. Dedicatoria (sobre un poema de Novalis)
II. Visión (sobre un poema de Friedrich Hölderlin)
III. Los amantes (sobre un poema de Rainer Maria Rilke)
IV. Canto nocturno (sobre un poema de Georg Trakl)
V. Fuga de la muerte (sobre un poema de Paul Celan)
03. Trío (11’59″)
04-07. Presencias
Liturgia (3’40″)
J.C. (3’01″)
Perspectivas (6’31″)
Yakarta (2’17″
08. Decem (3’05″)
Referencias
Etiquetas:Contemporánea, Ensemble, Música española, Piano, Trío
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