El ruido eterno, de Alex Ross: el best seller visita la música del s. XX

La obra de Alex Ross ha supuesto un hito en las publicaciones que se ocupan de la música del siglo XX, logrando situarse en las librerías de todo el mundo como superventas. En este artículo intentamos analizar las razones de este insólito éxito editorial.

S20091206_el-ruido-eternoalta la noticia y el mundo de la música contemporánea no da crédito a lo que ven sus variopintos ojos: el libro El ruido eterno: escuchar al siglo XX a través de su música es ya un best seller. Incrédulos ante esta posibilidad, visitamos La Casa del Libro en Madrid. Efectivamente allí está, visible desde la entrada a la planta, en la sección de música, un poco apartado de los demás, luciendo su minimalista portada y ocupando toda una estantería. Esta presentación librera, propia de los superventas Dan Brown o Stephenie Meyer, se nos antoja realmente insólita para un país donde una pregunta de reportero de “España Directo” sobre quién fue Arnold Schönberg daría sin duda un 99,9% de encogimiento de hombros mezclada con una presumida mueca de ignorancia. Trataremos de analizar en esta reseña las posibles razones del éxito de una publicación que, aparecida en 2007 en Estados Unidos con el título original The Rest is Noise (“Lo demás es ruido”) –en claro juego con el hamletiano The rest is silence-, acaba de llegar a las estanterías españolas, con sonido de clarines mediáticos, gracias a Seix Barral y a la traducción de Luis Gago.

Primero, resulta imprescindible dar alguna información sobre su autor, Alex Ross. Este norteamericano nacido en Washington, ejerce una intensa actividad como crítico musical, de 1992 a 1996 en el New York Times, y desde 1996 a la actualidad en el New Yorker. Ha sido premiado con tres “ASCAP-Deems Taylor Awards”, la “Genius Fellowship” de la MacArthur Foundation, la “Holtzbrinck Fellowship” de la American Academy of Berlin, un doctorado honorífico de la Manhattan School of Music, y unos cuantos méritos más, que el lector puede suponer de igual categoría que los nombrados. En resumen, nos encontramos ante un crítico especializado en música “clásica”, que sin duda conoce bien el resbaladizo suelo de la contemporánea que transita desde hace bastante tiempo en su papel de “crítico oficial” de los grandes periódicos antes nombrados.

Entrando ya de lleno en el análisis sobre las razones del éxito del libro, en el prólogo –encabezado por sendas  citas del Doktor Faustus de Mann y del Hamlet shakesperiano- podemos encontrar una primera clave: el autor se pregunta por qué la pintura o el cine más experimental ha sido asimilado por el gran público y, por el contrario, la música contemporánea sigue perteneciendo a una esfera tan pequeña. “Mientras que las abstracciones de Jackson Pollock se venden en el mercado del arte por cien millones de dólares o más, y mientras que las obras experimentales de Matthew Barney o David Lynch se analizan en las residencias universitarias de una punta a otra de Estados Unidos, el equivalente en música sigue provocando olas de desasosiego entre los asistentes a conciertos y tiene un impacto apenas perceptible en el mundo exterior.” Y decimos que quizá sea ésta una primera razón porque Ross se las apaña a lo largo del texto para amalgamar, entre otras cuestiones, aquellas procedentes de las otras artes, que afectan –directa o indirectamente- a la música, produciendo así un conjunto referencial muy útil para la comprensión del pensamiento sonoro que recorre el siglo XX.

Otra clave del éxito podría estar en lo multiangular del enfoque, no sólo en su vinculación con otras artes, como hemos referido en el anterior párrafo. Ross enumera –también en el prólogo- estos diferentes ángulos: “biografía, descripción musical, historia social y cultural, política en estado puro, relatos de primera mano de los propios participantes.” Un cúmulo de ingredientes que, convenientemente cocinados, darán lugar a un relato que el lector aborda con indudable interés y que, desde el inicio, engancha. El calificativo de best seller –que suele ir más allá de su literalidad terminológica de “superventas”-  es pues bastante conveniente, no en vano su autor fue profesor de escritura en la Universidad de Princeton, y se nota su pericia para manejar la narración de forma cautivadora para el lector, sea éste proveniente de campos muy distintos o incluso portador todavía de una virginidad sonora para los “ruidos” a los que alude el título.

La obra adopta la vía formal de la crónica, salpicada de citas y datos históricos (siempre bien ponderados para evitar el peligroso aburrimiento), de una descripción musical que –sin llegar a lo analítico y sin terminologías inabordables para el profano- no resulta en absoluto insulsa, se diría que da pie a una reflexión posterior, aunque no la demande ni explícita ni implícitamente…

Otras clave del éxito del libro está, desde nuestro punto de vista, en el hecho de abordar el recorrido por el siglo XX implicando directamente la música popular en el “conflicto histórico”. Esta referencia se convierte –en los capítulos finales- en algo ineludible, trascendiendo de una mera estrategia de marketing para vender más ejemplares, para erigirse en el elemento que hace posible observar la totalidad del campo de batalla. Ross, en el epílogo, da forma definitiva al status quo de la mirada del siglo XXI: “En los comienzos del siglo XXI, el afán de enfrentar la música clásica a la cultura pop ha dejado ya de tener sentido intelectual o emocional. Los compositores jóvenes han crecido con la música pop resonando en sus oídos, y se valen de ella o la ignoran según lo exija la ocasión.

Y una razón más que podemos alegar como explicación del calificativo de best seller (que no deja de sorprendernos el que pueda instalarse en un terreno como la música del siglo XX), es el vínculo que Ross establece –desde el principio del texto- entre la música y los distintos avatares políticos y estados de conflicto que vertebran el convulso tiempo histórico del que se ocupa el libro. Las guerras mundiales, las dictaduras, la guerra de Vietnam, los movimientos sociales, el Mayo del 68, el movimiento hippie… son hechos que objetivamente deben analizarse en estrecho vínculo con el arte, ya que así han sido tratados por la estética moderna –al menos desde Adorno- y está demostrada su eficacia para la comprensión del arte como parte indefectiblemente ligada a la sociedad.

Un aspecto final que debemos dejar de señalar es la dimensión que el propio autor ha querido dar a la obra fuera de su formato en papel. Por ejemplo, después del prólogo encontramos un “Dónde escuchar”, que nos indica dónde encontrar en la web de la edición un “complemento auditivo gratuito” ( www.therestisnoise.com/audio/). Allí podremos escuchar una selección de ejemplos ordenados por capítulos, así como enlaces a páginas web que nos permitirán la adquisición de música, un glosario de términos técnicos (www.therestisnoise.com/glossary/), y una lista de veinte fragmentos escogidos en iTunes (www.therestisnoise.com/playlist/). Desde luego, todo un conjunto de complementos que, desde un estilo comercial claramente norteamericano, va a potenciar la lectura y –en definitiva- a llenar de ese “ruido” anhelado los oídos de quienes se aproximen a la obra ensayística. Una inteligente forma de utilizar las nuevas tecnologías en conjunción plena con el formato libro, que seguramente habrá contribuido en gran medida al enorme éxito de la publicación.

Desde luego, se podrá –con cierta razón- tachar este libro de superficial en algunos aspectos; de profundizar escasamente en la materia estética y de ocuparse poco de algunos autores esenciales para comprender el período histórico del que se ocupa (por ejemplo, si observamos el nutrido índice alfabético, sorprenden las apenas seis páginas donde aparece Luigi Nono, frente a las profusas cerca de veinticinco que transitan vida y obra de Philip Glass). En su descarga hay que decir primero que se trata de una obra donde el objetivo es claro, nada engañoso. Además, lo que es indudable es que Alex Ross y el altavoz mediático que lo acompaña han logrado –insistimos, con un modo muy norteamericano de enfrentar el marketing cultural- encender una chispa que podría iluminar algo el minado campo del concierto de música contemporánea. Ahora queda por comprobar si este tipo de iniciativas dirigidas sin tapujos a la población no especializada, devienen en un interés creciente y mínimamente perceptible por el arte musical vivo (o recién fallecido) o, por el contrario, ni con esas se despertará una sociedad adormecida en el acomodado lecho de la noticia cultural que cierra el telediario de turno. O incluso, si la medicina –pudiendo quedarse en el excipiente que nunca tendrá un firme compromiso con la idea de que el arte exige el esfuerzo y la reflexión crítica- podría resultar contraproducente. Como nos advierte Walter Benjamin, “[...] cuanto más disminuye la importancia social de un arte, tanto más se disocian en el público la actitud crítica y la fruitiva.” (Discursos interrumpidos I. Taurus, Madrid, 1973) ¿Será la “opción Ross” un mecanismo válido para evitar esta pérdida definitiva de referencia?

Lo que sí se puede observar en el fenómeno El ruido eterno es algo que no nos hemos cansado de repetir a lo largo de su  análisis: la comprensión e interiorización individual del arte es siempre fruto de la capacidad de relación, de la manera con la que abordamos estos vínculos, y de la riqueza relacional que nuestra experiencia nos permita. Si las claves del éxito de la obra se deben en conseguir efectivamente que el lector logre tejer –aunque sea de forma muy primaria- una red de referencias  para una comprensión más certera de la música, podremos decir que el paso habrá dado algunos frutos. Veremos…

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