Aburre y produce rechazo, un rechazo “light”, sin mal rollo, sin mala baba, sin molestia, la Poppea e Nerone que presenta el Teatro Real bajo la dirección de escena de Krzysztof Warlikowski, la dirección musical de Sylvian Cambreling y orquestación de Philippe Boesmans (la segunda que hace de esta misma obra). Ni siquiera un abucheo, un pataleo, como suele ser habitual cuando al público “realino” no le gusta lo que ve, lo que escucha o el conjunto. Simplemente va abandonando la sala gota a gota y, más evidentemente, en el intermedio. Los que se quedan notan frío, pues la potencia del aire acondicionado está adaptada para un teatro lleno en verano. Difícil saber si esta reacción se debe a la depresión generalizada que vive España (a pesar de las alegrías de “La Roja”, la selección española, en la Eurocopa 2012) o a un público que se va cansando de escandalizarse o a que llega el verano y todo se relaja.
Lo cierto es que lo que ocurre en escena no funciona y en la orquestación se oyen no pocos pasos en falso que remiten a la música banal de tantas y tantas películas. Aunque en palabras del periodista Téllez esta segunda orquestación de Boesmans es mejor que otra que hizo hace ya muchos años, también encargo de Mortier cuando este era director artístico de La Monnaie. Y eso que técnicamente el montaje es impecable. Tanto en interpretación vocal como actoral (ver a los cantantes reptando por el suelo a la vez que cantan y que se les escuche en la última fila es un prodigio). Sin olvidarse de lo orquestal, una orquesta como la Klangforum Wien que suele “nadar” en el repertorio contemporáneo.
¿Y el discutido trabajo de dirección de escena? También es, desde el punto de vista técnico, impecable. Aunque según la afición habitual del teatro pertenece a lo que llaman “mortiertadas”. Que suele significar un acercamiento a las maneras y/o a los referentes que son muy queridos a nuestra época por el arte contemporáneo o, el que siendo ya un clásico, se le sigue denominando contemporáneo. Esta vez la historia se sitúa en el aula de un high school elitista estadounidense o inglés donde se han formado bajo la atenta mirada y dirección de Séneca, fuente de sabiduría y conocimiento, los cachorros que tomarán el poder y protagonizarán el drama. Unos cachorros que cuando dirigen Roma, vacían el high school para convertirlo en la cloaca del poder. Lugar de entrenamiento de milicias. Lugar de torturas. Lugar presumiblemente abandonado donde esconder todo lo que la sociedad no quiere ver. Los personajes vienen de fuera, de donde se celebra presumiblemente la brillante fiesta, para entrar al aula donde sucede el drama. Porque donde se supone que todo se aprendió, realmente no se aprendió nada. Y si nada se sabe, ni la fortuna, ni la virtud, ni si quiera el amor, nos salvan. Pues convierten a los seres humanos en peleles del azar, de la norma o del deseo. Visto de esta manera no es extraño que el cadáver de Séneca presida gran parte del segundo acto tendido en una cama de zinc de las que se usan y se siguen usando “urbi et orbi” en las morgues.
Si la idea es tan clara, ¿cuál es el problema? Seguramente, las expectativas del público juegan su papel pues no hace poco paso por el mismo teatro “otra” Poppea e Nerone más clásica. Aunque no se puede olvidar el espacio tan grande a llenar que diluye la acción de los protagonistas e impide apreciar la teatralidad con la que interpretan los cantantes. Perdidos en ese inmenso espacio, la caja escénica expuesta casi al completo, el público no los encuentra ni los ve. Se despista pues el espacio se los come. Vivos. Crudos. Sin embargo, si se mira a las pantallas que el teatro tiene para salvar los defectos de visibilidad de gran parte de su aforo, descubre un montaje diferente, atractivo, muy en la línea de Fassbinder o en la hoy en día tan común confusión de géneros que convierte al transexual o al gay (a lo que siempre se ha prestado esta obra por el tipo de voces masculinas que requiere) en arquetipo estético que permite hablar de ética y a los deseos sexuales en la explicación de casi todo. Sin olvidar la complejidad de los textos, que exige atención a los sobretítulos, y la longitud de la obra. En definitiva, exigencias que obligan al espectador a prestar atención en todo momento, a mantenerse alerta si quiere disfrutar, lo que sin duda agota, cansa. Pues el rigor con el que director de escena presenta la obra no da tregua ni momento de descanso a cuerpos ya agotados, cansados y que buscan en la música “aquel tiempo tan feliz” donde el amor sencillamente triunfaba y el miedo no se palpaba en los bolsillos. Y con estas, ni te miro, ni te gozo, ni te abrazo, ni tuyo soy todo lo contrario de lo que se cantan en el duetto finale de esta ópera sus dos protagonistas: Poppea y Nerone.
Referencias
- Página de Poppea e Nerone del Teatro Real (en español)
- Vídeo promocional sobre Poppea e Nerone en el Teatro Real(en francés e inglés con subtítulos en español)
- Conferencia de José Luis Téllez sobre Poppea e Nerone (en español)
- Duetto final de L’incoronazione de Poppea en YouTube, con partitura (en italiano)
- Página Web oficial de Klangforum Wien (en inglés y en alemán)
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