Silencio. Teatro de La AbadÃa a oscuras. Algo se mueve en el escenario. Tensión en las butacas hasta que se oye un violonchelo y se hace la luz. Una tenue luz que muestra además de al violonchelista Pablo MartÃn, a la bailaora RocÃo Molina y a la cantaora Rosario la Tremendita. Por el grado de excitación e interés del público, se sospecha que este sabe lo que va a ver. No está sesgado por esa etiqueta de flamenco contemporáneo con la que se presenta el espectáculo. Etiqueta bajo la que se ha metido y se sigue metiendo de todo hasta banalizarlo de tal manera que ya no se sabe a que se refiere, qué es lo que incluye. Esto es un espectáculo de flamenco y punto. De flamenco hecho por personas que viven hoy en dÃa y, a tenor de lo que se ve, que ni reniegan de la tradición ni de los recursos musicales, de danza y teatrales que se le ofrecen en el mundo en el que viven.
Ese silencio contenido acompaña al primer número, un número en el que RocÃo Molina baila en un silla con una guitarra que se le acopla al cuerpo como otro cuerpo. Un amor, un afecto que muestra el arte es terrenal y fÃsico, también el arte contemporáneo incluido el musical. Arte sobre el que se puede teorizar y se teoriza. Arte que se tecnifica, y una parte de la crÃtica lo cuenta y desgrana únicamente como técnica, sin contar su contenido, como si con eso ya estuviera todo dicho. CrÃtica tecnificada, que ha conquistado el imaginario colectivo como los que tienen y construyen el gusto, el buen gusto.
Pero los que han creado el espectáculo no olvidan que el arte implica una mezcla de emoción, sentimiento y pensamiento que se agarra a la vida, a lo que es comer y beber, a lo que es cuerpo a lo que son necesidades fisiológicas. A esos cuerpos que amamos, que suenan gracias a un instrumento. Gracias a la voz. Gracias a que se autogolpean, se caen. Gracias a que se mueven. Gracias a que se visten. Gracias a que se rozan. No, no es técnica el ruido en el silencio que se produce cuando RocÃo Molina desliza el zapato por el escenario. Es un cuerpo que se mueve y produce un sonido, un significado que a la vez es un enigma para los asistentes. Un enigma que les ha despertado. Que les ha hecho más conscientes de que todo es posible en la feria del amor.
Asà dos aficionados, comentan acabado el primer cante de La Tremendita, que al estar microfonada se aleja a la cantante. Y como si ella y todos los participantes del espectáculo supieran que eso es lo que iban a decir, una muletilla aprendida en la lectura incansable de maestros y maestras de la técnica, de lo tecnológico, van poco a poco haciendo desaparecer todas y cada una de las certezas. Y recuerdan a los que asisten que están aquà y ahora, en el teatro, que les han traÃdo un cariño comprado en la feria del amor. Algo tan simple como eso. Un cariño a los humanos para los que cantan y bailan. Nada falso ni complaciente.
Sobre el violonchelo de Pablo MartÃn, la voz de la Tremendita y el baile de RocÃo Molina construyen y reconstruyen gestos de una historia que todos conocen pero que es difÃcil contar con verdad. Ellos la dibujan como el niño que dibuja en la arena de la playa y luego borra para volver a dibujar. Añaden notas minimalistas al estilo Philip Glass. Referencias a Clapping Music de Steve Reich, convirtiendo sus palmas en una caja de ritmos. Todo para colorear un baile que taconea y hace volar brazos y manos mientras deja entrever referencias a Pina Bausch, al jazz, al claqué y al musical norteamericano. Rosario La Tremendita no permite que todo ello deje de sonar a flamenco. Y Carlos Marquerie, el iluminador por excelencia del teatro contemporáneo español, enluce todo para que una corriente de afectos recorra el patÃo de butacas y la escena.
Refrencias
- Festival de Otoño a Primavera de Madrid 2013 – Afectos (en español)
- Clip promocional de Afectos (en español)
- Web de RocÃo Molina (en español y en inglés)
- Web de Rosario La Tremendita (en español)
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