Hay una cierta estampida en el intermedio entre la Iolanta de Chaikovski y la Perséphone de Stravinski – Gide que se pueden ver y escuchar dentro del mismo programa en el Teatro Real de Madrid. Impuesta la idea de que la primera sí, al ser un drama romántico al uso, y la segunda no, al ser un poema cantado moderno (¿moderna una composición de 1934 de dos clásicos del siglo XX?) de los que gusta Mortier. Si bien es discutible que las dos aparezcan en el mismo programa, idea que no hay por donde cogerla por mucho que todo el aparato del teatro se empeñe en obligar a leer el conjunto en los términos de luz y oscuridad, no es menos discutible la preferencia del público basada en los argumentos expuestos.
Iolanta es una obra corta donde el amor hace de las suyas, es decir, crea el deseo, en una princesa ciega a la que se ha mantenido en la inopia, un castillo alejado en medio del desierto donde todos ocultan y viven para que no note su ceguera. Una historia que permiten al libretista crear esas confusiones y confesiones del romanticismo que tanto gustan y que permiten al espectador poner en suspenso la verosimilitud de lo que les cuentan. Con sus arias, sus pequeños esembles, sus coros, hasta música escénica. Parafernalia al uso y costumbres de la tradición romántica y rusa. Y, sí, es bonita. Y aún más bella gracias a la inteligencia de Peter Sellars, el director de escena, que sin renunciar a sus presupuestos estéticos da consistencia a una obra que no tiene los suficientes mimbres para ser considerada una gran ópera. Sin embargo, el público se entrega y aplaude. Salen contentos al intermedio y, como la voz de que lo siguiente no hay quien lo entienda, salen corriendo. Esta vez llegarán pronto a casa.
La anécdota de la segunda obra de la noche no es tan atractiva. Mitología griega mediante cuenta la historia de Perséfone que cayó a los infiernos al intentar coger un narciso y que tras volver a la vida, a la vida mortal, se entiende, decidió volver de nuevo al infierno voluntariamente. Da igual que si se compara con el texto anterior, este le gane por goleada (algo que esta vez sí es fácil de hacer gracias a que el libreto publicado por el teatro incluye ambos textos al completo.) Da igual que la música suene bajo la batuta de Teodor Currentzis mostrando sutilmente al oído todos sus matices, complejidades y atrevimientos que el periodista musical José Luis Téllez comenta con otros conocidos mientras recoge el abrigo del ropero. Da igual que algo que en principio y sobre el papel pareciese totalmente ajeno, como son los bailes tradicionales camboyanos, estén integrados de una manera que resulta difícil pensar que no aparecían originalmente en la obra. Da igual que ante un mismo espacio escénico y una misma gramática y poesía escénica, Sellars consiga contar otra historia. El público aplaude poco y sin entusiasmo y abandona rápidamente el teatro aunque se trata de una velada de duración media, a las que ya suelen estar acostumbrados.
Sombras, eso es lo que queda de Iolanta. Las sombras de los cantantes que proyectadas y agrandadas sobre los simples telones del fondo, roban las voces de los seres humanos que las producen sobre las tablas. Sus fatigas, sus desvelos, sus deseos, son poco. Humo musical que embellece al coso madrileño, como ocurre con el humo del tabaco en las películas policiacas antiguas. Perséphone espanta esas sombras. Ventila el escenario y se muestra física y carnal gracias a la materia musical y poética que le dan sus autores. Demasiado corta para mover la maquinaria pesada de los actuales teatros de ópera. Demasiado poco ópera. Demasiado exigente para poderse ver y escuchar en formatos reducidos o más sencillos. La opción es acompañarla. Incluso, disfrazarla de acompañamiento, de mera comparsa. Pero se debe estar atento a lo que se recita y a lo que canta. Nos advierte de los peligros de caer y vivir en el mundo de las sombras. No sea que al igual que su protagonista cuando salgamos de ese mundo solo estemos deseando dejarnos caer en él. Un mundo que, en palabras de Gide, “[…] ya nada espera/triste, desvaído, inquieto.” En el que “[…] nada concluye; […] todos persiguen, sin descanso persiguen/lo que fluye, lo que huye…” Pues las sombras “[…] no tienen más destino/que repetir sin fin/el gesto inconcluso de la vida.” Y después de morder la granada de Iolanta que parece contener un rayo de luz habrá que preguntarse con Perséphone “¿Dónde os fuisteis, aromas, canciones y cortejos del amor?” Pero no se han ido, se les ha echado, prefiriendo lo bonito a lo bello, lo que no está mal a lo bueno, abandonando un teatro en un intermedio, un teatro (o un libro, o una exposición, o una película, o una conferencia) que hace preguntas incómodas, que no nos deja vivir como sombras de lo que somos ni de lo que fuimos.
Enlaces relacionados
- Página de Iolanta/Perséphone del Teatro Real (en español)
- Video con las opiniones del equipo artístico (varios idiomas, subtítulos en español)
- Conferencia sobre Iolanta y Perséphone por José Luis Téllez (en español)
- Anna Netrebko y Rolando Villazón cantan Iolanta (en ruso con subtítulos en español)
- Una muestra de Perséphone de Stravinsky (cantando en francés sin subtítulos)
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