De nuevo, el espectador madrileño de ópera y de música queda descolocado. Esta vez el Teatro Real le ha propuesto ver y oír una ópera de Wolfgang Rihm que anunciada como contemporánea tenía la particularidad, hasta hace bien poco, de mantener su título en alemán, Die Eroberung von Mexico en el programa que distribuía dicho teatro. Idioma del compositor que también es el dramaturgo de esta obra a partir de textos de Artaud, Octavio Paz y cantos indígenas mexicanos. Título impronunciable para la mayoría del público local, pese a que el alemán sea, gracias a la crisis, uno de los idiomas más estudiados en el país con la esperanza de encontrar un empleo en esa Alemania que no parece afectada por la recesión económica que vive casi todo el resto de Europa. Un nuevo dorado para aquellos que quieren huir de la miseria, y de ese mundo de compasiones y limosnas que se les está imponiendo, en busca de un lugar en el que se tengan derechos, al menos unos derechos que puedan ejercer con un sueldo, con el oro del Rin.
Esta vez, el descoloque no ha producido el escándalo habitual. Seguramente, calmadas como están las masas operísticas españolas sabiendo que este será el último año de Mortier como director artístico del teatro y que ya hay otro para enderezar, dentro de lo posible y del gusto masivo, la herencia que ha dejado. Herencia, sí, puesto que las temporadas operísticas hay que realizarlas con varios años de antelación por los compromisos alrededor del mundo que tienen directores musicales, directores escénicos y, sobre todo, cantantes.
El caso es que el aplauso del día del estreno fue más bien tibio, aunque insistente y apasionado por unos cuantos espectadores. Los suficientes para hacer sentir al equipo artístico satisfacción por el trabajo hecho. Lo que contrastaba con el día del ensayo general con público. Día en el que el teatro estalló en bravos y aplausos sinceros desde el momento en que acabó la representación, aunque ni la voz ni la actuación del barítono Holger Falk, que hace de Cortez en el segundo reparto, acompañaran pero que tiene la presencia que le falta a Georg Nigl (aunque este brilla por la voz y sus capacidades interpretativas). Día de ensayo en el que se encontraba Xavier Güell, el director del festival español de ópera contemporánea, Operadhoy. Y de nuevo, en el día del estreno, se oía a la salida la eterna, e inútil, discusión ¿es o no es una ópera?
Sin embargo, cualquiera que entre en el teatro, se siente en su butaca y se olvide de todo este ruido, se encuentra ante una obra que destaca por lo musical. Por la tradición con la que está hecha y por la contemporaneidad que incorpora. No hay pocos momentos, tal como se muestran en escena y se escuchan en el teatro, en los que se pudiese olvidar el apellido de contemporánea que se le pone a esta ópera. Por ejemplo, los aparentes dúos entre Cortés y Moctezuma o sus también aparentes arias. Es cierto, que esta obra no es ajena a esa investigación técnica sobre el sonido y su percepción que vienen desarrollando muchos músicos y otros indagadores del entorno sonoro desde hace bastantes años y que sigue hoy en día. Músicos que, como siempre ha ocurrido, no son ajenos a una reflexión alimentada por las noticias que de su mundo dan otros artistas, pensadores y, ahora, ingenieros y científicos (es falsa la tradición española de separar entre ciencias y letras). Pues esa y no otra es la contemporaneidad de Wolfgang Rihm o, al menos, la que muestra esta obra. De tal manera que uno escucha esta Conquista de México y se encuentra presente en lo musical pero ausente de un texto y de una palabra, cuya conexión dramática con el espectador se produce en un plano poético. Un plano en el que lo dicho literalmente produce una extrañeza, un enigma, para la consciencia y una relación, una verdad, tal vez, para la inconsciencia. Donde el reprimido y el que reprime coinciden en la misma persona, en el espectador que sentado en el teatro se escucha y se ve hoy. No en otro tiempo o con otros gestos, que se dieron antes, y que mantiene al haber sido educado en ellos para explicarse el mundo. Explicaciones y gestos que han sido ya modificados por nuevas incorporaciones de lo que la humanidad ha aprendido, ha comprendido y ha sido capaz de hacer, para bien o para mal. Una verdad incómoda, pues nos hace responsables únicos de lo que somos y de lo que hacemos, y que, como siempre ha hecho la ópera, esta obra es capaz de mostrarla con una belleza dramática.
Los momentos comentados en el párrafo anterior son perfectamente entendidos por el director musical, Alejo Pérez, que conduce la orquesta desperdigada por el teatro y saca lo mejor de la percusión de la orquesta que normalmente defrauda y que en este caso pone notas de calidad al espectáculo. A la que las voces grabadas del coro impone un tiempo y un tempo que cumplir.
Más controvertidas son la dirección de escena de Pierre Audi y la escenografía de Alexander Polzin. A veces deudoras de un cierto toque performativo o de happening del flower power de los sesenta y setenta del siglo pasado. O por el uso acrítico de los típicos recursos que se relacionan con lo contemporáneo y que a veces sirven para parodiarlo. Como son la utilización de luces de colores psicodélicas y del teatro noh (esa bailarina japonesa que representa a Malinche). Algo que sucede al principio, augurando lo peor, pero que en el desarrollo del montaje van matizando, combatiendo, y venciendo todas las resistencias de este tipo de montaje para construir la historia sin anécdota que sirve Rihm. Donde la luz, el color y la espectacularidad de lo clásico hacen eco en lo que se ve en escena, como ese traje dorado de Moctezuma. O ese telúrico anochecer en el que Moctezuma tiene una revelación o intuición de lo que va a suceder, de la pérdida, de su perdida frente a un mundo que a la vez le fascina.
Sin embargo, no está La Conquista de México tan anclada en el hecho histórico al que hace referencia. No, no es inocente que Moctezuma sea en la partitura una soprano aguda y Cortés un barítono. No, no es inocente que todos los indígenas de México sean mujeres y todos los soldados y buscavidas que acompañan a Cortés sean hombres. Ese hecho musical y artístico ponen en escena la guerra de sexos en la que nos encontramos inmersos ahora, aquí, desde hace varios años. Una batalla absurda donde las haya en la que todos tenemos mucho que perder. Pues siempre que hay batallas, hay guerras, y en la cultura humana, en la civilización de los hombres, la única forma de vencer esta y cualquier otra guerra es “produciendo un terrible feminicidio” o creando “una hembra terrible”, dos de los versos que cantan los protagonistas. Cuando “Masculino. Femenino. Neutro.” da igual. Ya que, como seres con capacidad de amar, los humanos necesitan al otro, al diferente, al que le hace diverso y distinto. Al que le hace atractivo. Pues ganar la guerra, deja al ser humano abandonado y solo. Una tragedia de la que los individuos, los ciudadanos, nos debemos liberar, aceptando la diversidad. También, la diversidad musical si no queremos hacer verdad que solo las flores y los cantos permanecen como canta el coro en esta ópera. Demos la bienvenida a una obra que ha tardado tanto en llegar a la cartelera española después de su duradero éxito en Alemania. Agotemos las entradas. Pues la diversidad nos hará libres. Libertad para encontrar el oro de Rihm, y de otros muchos compositores que no se creyeron eso de que la ópera ha muerto, y la mantienen viva y coleando.
Enlaces relacionados
- Web de La Conquista de México – Teatro Real (en español)
- Vídeo promocional de La Conquista de México (en inglés subtitulado en español)
- Análisis de La conquista de México de W. Rhim por José Luis Téllez (en español)
- Wolfgang Rhim: Die Eroberung von Mexico en versión de Ingo Metzmacher (disco)
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