La inútil precaución

[UNA TEMPORADA EN LA ÓPERA]
“Il barbiere di Siviglia” de Rossini que se ha podido ver en el Teatro Real dirigido por Emilio Sagi en lo escénico y Tomas Hanus en lo musical es superficial, mera ilustración, y eso entusiasma a las masas que aplauden casi cada escena y cada número.

D20130930_barbieri-siviglia-teatro-reale poco le ha servido a Mortier tender la mano a las familias que dominan la ópera en España, que ahora gobier- nan manu-militari gracias a sus mayorías absolutas, y programar este Il Barbieri di Siviglia de Rossini en versión escénica del siempre agradable, eficiente y poco disruptor Emilio Sagi (la puesta ya probada con éxito en 2005), con la dirección musical de Tomas Hanus y voces de calidad, aunque no estrellas. No entendió que cuando se habla mucho de algo en España, en este caso de transparencia, es porque el español no la ejerce ni tiene intención de hacerlo. Antes que hablar con El País de sus problemas de gestión y sucesión, mejor le hubiera ido construyendo alianzas en la sombra, evitando el correo electrónico, no fuera a ser que luego salieran en algún medio y dieran lugar a chascarrillos como los del duque empalmado. En España los principios de acuerdo en los espacios públicos se refrendan, se mantienen o se cambian (esto último es lo que ocurre la mayoría de las veces debido a intereses muy concretos y muy particulares) en los espacios privados de los caros restaurantes, las cafeterías de toda la vida o los locales de copas nocturnas, incluso, en casas particulares a las que uno debe sentarse a la mesa.

Joan Matabosch, que viene de Cataluña, lo sabe. Él lo ha vivido y ha crecido como profesional en el Liceo barcelonés, donde este gen español pesa y, por tanto, pasa lo mismo. Así que ya se ha apresurado a difundir la buena nueva de que de aquí a una temporadas, a lo mejor dos, aumentará el repertorio y se traerá voces. Y que también buscará un director musical para el coso madrileño, del que en todo el proceso ya ha sonado un nombre en boca del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Pedro Halffter. Y así, de nuevo, se frustra que pase, aunque solo sea por la ópera, “la revolución francesa” que ya modernizó hace varios siglos algunos los países que tanto se admiran en España.

Este ha sido el segundo intento. El primero fue Lissner que ni se le dejó empezar, y que ahora, y ya lleva tiempo, es el director de la Scala de Milán. En aquel momento se argumentó que no era español, tampoco le sirvió para quedarse el programar a Falla para la inauguración del teatro. Esta vez el argumento para buscar el sustituto de Mortier ha sido que sea español, bueno, mientras el secesionismo catalán no lo convierta en extranjero, esto se cumple. Lo peor de todo este asunto es la sospecha con la que llegan todos estos profesionales. La idea de que sin coartada y patrocinio políticos no estarían ahí. Flaco favor a la profesionalización del sector de la cultura, aunque los que vengan hayan demostrado ser profesionales y conocedores de la materia con la que trabajan. Pues siempre se olvida que hay profesionales de la cultura a derechas, izquierdas y centros del espectro político y en cualquier parte del mundo, no solo en España.

Poniendo las cosas en su sitio, la verdad es que lo anterior interesa poco o nada al público que ha llenado el teatro para escuchar a este barbero. Lo ha pasado bien. Ha reído con el embrollo. Ha disfrutado del color blanco del decorado y de los coloridos trajes de los cantantes. Ha visto como las masas ocupaban el escenario cuando era necesario. Ha aplaudido el canto fioriro de cada aria, dueto y ensemble. Solo le ha faltado tararear y se ha quedado con ganas (una pena que no lo haya hecho). La orquesta ha sonado bien, aunque han vuelto a dar la nota los metales. Y el director de escena ha sabido resolver el embrollo, es raro que Sagi no acierte, pues pocas veces resbala. Y no solo el público ha disfrutado. El elenco también parecía pasarlo bien en el escenario (al menos el segundo reparto, al que pertenece esta crónica).

Nada que objetar a lo anterior pero sí que comentar. Pues todo lo que se ve y se oye es pueril y fácil. Supone simple y puro entretenimiento, del mismo que se pueden consumir en la Gran Vía madrileña, apto para niños. Pues se ha desactivado a Rossini, al que tanto admira el premio Nobel Dario Fo, para dejarlo en un espectáculo rossiniano. Ya que, parafraseando a Gabriel Menéndez en su libro Historia de la ópera (Akal, 2013) la hilaridad que le produce al público lo que sucede en el escenario debería producir turbulencias de consecuencias catastróficas en aquellos que detentan el principio de autoridad. Esto no ocurre. Todos, autoridades y autorizados, salen alegres y contentos, y salen pronto para llegar a la cama a una hora respetable y dormir. Esperemos que se trate de una sociedad que tenga sueños razonables y que no creen los monstruos que Goya, español por los cuatro costados, fue capaz de ver e imaginar en sus pinturas negras.

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