Bonjour tristesse

Una soirée musical con el actual director de L’Odeón de Paris y de la próxima edición del Festival d’Avignon semi travestido en Miss Knife, que ha podido verse del 9 al 11 de mayo en el Teatro de la Abadía, dentro del XXX Festival de Otoño a Primavera de Madrid.

H20130513_miss-knife-teatro-abadiaay un sonido sordo. Una retranca. Algo que se oye en las baladas que ha escrito Oliver Py para su alter ego, travestido, nocturno y canalla, la Srta. Knife. Ella las canta, consciente de toda la tristeza que encierran, con una sonrisa en la boca, esos labios rojos que destacan sobre una cara blanca, blan- queada excesivamente con maquillaje. Esa cara en la que alguna vez se refleja la fiebre del Joker a punto de vengarse del Caballero Oscuro, Batman, en la malsana ciudad de Gotham. Pero ella es una dama. Sus trajes están hechos a mano, por su novio. Y sabe que complemento ponerse. Cómo combinarlos. Para que brillen y no parecer una bola de discotecas. Como esas bragas rojas que enseña cuando se sienta en la silla hablando en un afrancesado español y usando con propiedad palabras como mogollón, entre canción y canción. Como cuando al poco de empezar se quita la peluca rubia y muestra pelo corto de hombre. O, más tarde, se quita las pestañas postiza. Como cuando se coloca un abrigo, deudor de Cruella de Vil, o una chistera decimonónica. Canciones escritas para todos esos deprimidos que ocupan las butacas y buscan en canciones melancólicas un lugar de reconfortante tristeza en la que revolcarse y, a la vez, en las palabras y gestos de la Srta. Knife una sonrisa y una risa que llevarse a la boca.

Es fácil caer en el tópico cuando hay que contar lo que sucede en escena y se escucha la música que interpreta el cuarteto que acompaña a Oliver Py en Miss Knife chante Olivier Py. El cabaret, Kurt Weill, Bertold Bretch, Ute Lemper, lo francés, y el cabaret (uy, esto ya se ha dicho) vienen a la cabeza y a la imaginación. Datos que no dejan de aparecer en la crónicas previas que se publican en los medios. Y son muchos, sobre todo en los centrados a la derecha, que siguen viendo en este tipo de espectáculos el riesgo y el peligro de lo psicalíptico, palabra que oyeron en boca de sus abuelos o abuelas, y que tanto atraen a los homosexuales, a los dandis y a los rijosos que se esconden en sus páginas, los mismos a los que se les presupone profetas del gusto en dichas publicaciones.

Con esta mentalidad pocos prestan atención a esas sonoridades barrocas que se escuchan en el espectáculo. Más de una vez. Así como al jazz. O a la ópera. A Schubert. A una voz, microfonada, es cierto, que sabe cantar y dotar de significado musical a las palabras, buscando los registros en la amplia memoria sonora de alguien que ha dirigido tantas óperas como Olivier Py. Y a una construcción de textos y música que lleva al espectador a la cima desde el que dejarlo caer. De nuevo, es dejarlo caer sobre ese sustrato de melancolía en el que solo es posible reírse de uno mismo, a veces con una carcajada feroz. Pues no está el mundo para alegrías, ni para monerías, aunque sean tan grandes como un gorila. Como el gorila en el que se trasviste la Srta. Knife, disfraz del que se despoja para aparecerse de nuevo. Ella, que al igual que sus espectadores, viven en ese paraíso que es la homosexualidad. Solo Esperanza Roy, que está entre el público, pues ella nunca dejará de ser moderna ni psicalíptica, se atreve a levantar la mano cuando la Srta. Knife pide al auditorio que levanten la mano los heterosexuales que hay en la sala, presuponiendo que serán pocos, que suelen ser pocos los que acuden a este tipo de espectáculo kistch (otro lugar común para definir la soirée). Un auditorio que está lleno de actores, gente del teatro y la cultura, así como de una nutrida representación francófona. De todo ello se ríe la señorita Knife, con toda la elegancia que una señorita bien educada, de mundo y de posibles, sabe hacer. Una señorita sin edad por la que han pasado los años y la vida.

El tiempo pasa rápido escuchando a Miss Knife y a sus acompañantes (a pesar que tardaron unas cuantas canciones en cogerle el sonido a la sala el día del estreno). Prometieron una hora y media y se tiran casi dos en escena. El tiempo pasa dentro y lo sórdido sigue in crescendo en la calle gracias a esa crisis económica que no cesa. Pero la vida, esa costumbre, ese hábito, del que es difícil deshabituarse, sigue sonando. Ese es el sonido sordo que acompaña todas y cada una de las canciones de este espectáculo, más complejo de lo que a simple vista y simple oído parece,  que sucede en el escenario del Teatro de la Abadía traído por el Festival de Otoño a Primavera 2013 de Madrid y que tiene una larga gira asegurada por Europa, pero sobre todo, por Francia. Oh, lá, lá, já, já, ¡JÁ!

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