Murmullos de amor que traen sueños

Una reflexión sobre la música como mediadora del amor tras ver “El Sueño de la Reina de las Hadas”, espectáculo basado en música de Purcell y textos de Shakespeare, que la Compañía Pedro Lagarta presenta en la Sala Triángulo.

H20120413_murmullos-amor-traen-suenos-sala-trianguloay espectáculos que el público se pierde porque no reciben atención mediática o porque no tienen cabida en los grandes templos teatrales o musicales. No debería suceder esto con El sueño de la Reina de las Hadas de la Cia. Pedro Lagarta que pasa por Madrid como una exhalación y para el que será necesario ir reservando entrada si se quiere ver los otros dos próximos días que están programados. La sala es pequeña y el boca-oreja debería hacer el resto para llenarla. Es un montaje que ofrece oficio y virtud donde otros sólo ofrecen nombres. Al que cualquier curioso, aficionado, interesado público del teatro musical, de la ópera o del teatro sin más, debería acercarse por el mero placer que ofrecen unas palabras que suenan a música, las de Sueño de una noche de verano de Shakespeare, y una música que suena a palabras, la de La Reina de las Hadas de Purcell. Descubriendo que no hay tramoya que valga cuando lo que se hace, se dice y se canta, incluso con el simple acompañamiento de un piano, se hace, se dice y se canta bien. Incluso cuando se cuenta con la insuficiente boca del escenario de la Sala Triángulo para un espectáculo como este, sala que ha tenido el acierto y la osadía de acogerlo, y que pide a gritos ser programado en un escenario algo mayor, no mucho más, tal vez la Sala Gayarre del Teatro Real. Lugar donde otros espectáculos musicales, como el debussiano El desván de los juguetes de la compañía Ecétera, han alcanzado su adecuada dimensión.

Y todo esto ¿para qué? Desde luego no para demostrar que se puede hacer ópera o teatro musical en cualquier lado, lejos de los mastodónticos presupuestos que se manejan. Este sueño no cae en esa banalidad. Se nota, viéndolo, que es consciente de que también pueden ser necesarios esos presupuestos para otros montajes y que este mismo montaje se podría haber beneficiado de mayor holgura presupuestaria. No, no parece haber nacido con esa intención. Sino con voluntad de experiencia. La experiencia que todo espectador debería llevarse a casa. La experiencia de uno mismo, del reconocimiento de lo que se es y de su entorno. Y hacerlo cambiar, moverse, al igual que los amantes cambian los sujetos de su amor, gracias al filtro musical de La Reina de las Hadas. Una hermosa metáfora de cómo la mediación musical mueve a esos seres humanos ficticios que se ven en el escenario a cambiar, a veces en lo más intimo, y, seguramente mueven a los seres humanos reales que se sientan en el patio de butacas.

Este es pues un reducido lío de príncipes y princesas enamorados o desenamorados que se siguen y persiguen. Que se declaran amor o se lo niegan. Y que lo mismo en un caso como en otro pueden sentirse sujetos deseados o sujetos burlados. Amor, ese niño pequeño que juega. Déjesele hacer. Pues sus obras maravillan y han maravillado a espectadores de todas las clases y condiciones a lo largo de los años. A lo largo de los siglos. Hasta ocupar su imaginación y sus sueños, haciéndoles pasar al otro lado. El lado donde todo es posible. Donde una reina se enamora de un burro, pero, también, un burro se enamora de una reina. Un estado de ensoñación en el que nuestra mente engaña a nuestros sentidos. El otro lado al que transporta la música. Puesto que los murmurantes arroyos traen agradables sueños, déjeseles hacer. Y los dioses bendigan lo que ha unido el hombre. O, let me forever weep. Pues entre el hoy y el ayer solo hay unos cuantos pasos de breakdance.

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