Lo contemporáneo, lo efímero

La escenografía de Robert Carsen para la “Salomé” de Strauss, programada recientemente en el Teatro Real, sirve en este artículo para hacer una reflexión sobre lo contemporáneo en la ópera.

N20100607_lo-contemporaneo-lo-efimero-ANietoo ha funcionado. Fue un vano intento. La prensa musical madrileña trató de crear la polémica con la propuesta escénica de Robert Carsen para la Salomé de Strauss en el Teatro Real. Primero con artículos en los que se anunciaba la traición y posteriormente dedicando gran parte de las críticas a la descripción del error que, según su juicio, suponía la propuesta. Otros simplemente la ignoraron, y se ajustaron a esa versión de la crítica operística actual donde se describen para público, aficionado o no, las bondades técnicas de la interpretación musical de tal o cual aria, de tal o cual parte concreta. Son los mismos críticos que a la vez no entienden y se preguntan por qué el público en general, y el joven en particular, sale despavorido de los teatros de ópera como alma que lleva el diablo y no miran atrás por si acaso, como le pasó a la mujer de Lot, se convierten en figuras de sal. Así, el espectador y la espectadora de ópera envejecen cada día más. No solo en edad.

La polémica se entiende aún menos si se piensa en las otras dos propuestas escénicas de Robert Carsen que habían recalado en el Teatro Real: Diálogo de Carmelitas de Poulenc y Katia Kavanoba de Leos Janácek. Ambas, resultado de una lectura atenta e inteligente de lo que a juicio de este director de escena querían contar ambas óperas. Montajes honestos que sin abandonar una visión contemporánea de lo que es la dirección de escena en el siglo XXI y los recursos que pone a su alcance el Teatro Real, permitieron disfrutar la música y entender lo que contaba la obra. Porque toda ópera, sobre todo si pertenece a un compositor de fuste, trata de contar algo verdaderamente humano y exige para ser contado, lecturas atentas de las mismas que no consisten simplemente en una buena interpretación en lo musical.

Todo esto comenzó porque la acción en vez de situarse en el palacio de Herodes, lo hacía en una cámara acorazada de un casino de Las Vegas. Es grande la tentación de escribir la palabra “cualquiera” tras la palabra “casino”. No es así. Cualquier cámara acorazada no hubiera valido. Tenía que ser la de un gran casino. Uno mítico, aunque no existiera, como el palacio de Herodes. Una cámara acorazada en la que guardar lo más preciado que se pueda tener. Fríamente no hay nada más opulento, ni que esconda más tesoros en nuestros días, por inconfesables que sean, que ese tipo de cámaras donde los ricos guardan todos sus valores a los ojos de los pobres que solo pueden intuir una mínima parte de lo que se esconde. Porque ¿alguien se imagina cuanto son 38.200.000.000.000 de dólares?, la cifra que según la politóloga y activista Susan George acumulan 9 millones de personas en cash para invertir. La realidad siempre supera a la ficción. Y esto es la opulencia del poder hoy, cajas cerradas donde se guardan tesoros secretos ya sea oro, dinero, joyas, o bonos del Tesoro o acciones de la NASA, y hasta un profeta, como San Juan (Jochanaan).

Son cajas llenas de caprichos. Acumulación y abundancia de una sociedad en la que no hay límites a los deseos. Donde hasta se puede poseer a un profeta, como un bien material de valor inmaterial. Un profeta iluminado que canta en el desierto sobre el que ha surgido ese territorio mítico en el que este mundo ha convertido a Las Vegas. Atractivo para turistas de todo el globo en el que se admite una reproducción de Venecia o igual que se construye una pirámide inmensa para convertirlo en hotel. Donde el Circo del Sol tiene su único espectáculo erótico, realmente para adultos. Jochanaan quieto, recita y canta. Habla de dioses, habla de pueblos elegidos, predice catástrofes, y no entiende las enfebrecidas peticiones de Salomé. Un sin cabeza, antes ya de que se la corten. Un conocedor de lo divino y un desconocedor, por completo, de lo humano. Personaje habitual, lo que no quiere decir frecuente, en la sociedad de hoy en día. Solo hay que abrir los periódicos, encender la televisión y mirar.

Es por tanto, un espacio por el que mover el tema y los personajes con la intención de que la música y el libreto se oigan como deben ser oídos y como deben ser vistos. Donde la danza de los siete velos, escena mítica y mitificada también, se convierte en un escándalo por su desglamour. Construida a partir de una diagonal entre Salomé y su madre que recorre todo el escenario, enfrentadas como cualquiera se enfrenta a su espejo, ambas cubiertas por trajes de lamé dorado, refulgentes, se observan. La juventud reta a la madurez. La madurez ve lo que ha hecho con su juventud. Suplica porque no quiere ver. No puede gustar ni disfrutar de ese baile. No está hecho para gustar. El público hace un mohín, se queja de que les han robado el baile, pero sabe, gracias a Carsen, que ese es su baile, el baile que les cuenta lo que quería decir Strauss, lo que quería decir Wilde, y es consciente del escándalo pero también de su responsabilidad en el mismo. Viejos y viejas excitados buscando carne fresca y prieta. Una carne que sólo es caprichosa, de lo más superficial. ¿Alguien se atreve a tirar la primera piedra?

Todo esto que hace Carsen es lo que emociona al espectador. Lo que produce ovaciones y aplausos. Sólo cuando los cantantes dicen y hacen en una situación concreta, desde un punto concreto, es cuando el público, sea o no a un nivel consciente, entiende y disfruta realmente de la música. Lo otro es técnica y tecnología. Una discusión de tempo, una discusión de timbres que rebaja la ópera a mero entretenimiento o a mera reproducción. Un excesivamente caro entretenimiento o aparato para escuchar música en tiempos de crisis. Salomé debe ser una conmoción cultural, la misma que produjo cuando se estrenó. Pero ya nadie se acuerda de ello. También entonces se vistió de lo contemporáneo. Los productores y teatros vieron el escándalo y la obra se tuvo que estrenar en Graz. Ya nadie se acuerda de eso. Algún estudioso o estudiosa. Una referencia crítica de pasada. Alguna línea en esos largos artículos que esconden promoción bajo la apariencia de información. Y es que aquello, que era contemporáneo de su estreno, fue efímero. Como la propuesta que se ha podido ver en el Teatro Real. Sus coetáneos no la olvidarán. Hablarán y la contarán durante años. Lo que hace su partitura genial es su vigencia y su actualidad. No la repetición mimética de algo que fue nuevo y ahora, ya, es pasado. Un polvoriento y caduco pasado. Cada tiempo debería tener su Salomé. El público, mal educado, no debería dejar que se la robasen. Mirando atrás solo conseguirán convertirse en estatuas de sal. Lo interesante sucede, se oye y se canta en el escenario hoy en día. No ayer. Si no se dan prisa en mirar hacia delante se lo van a perder. Lo contemporáneo tiene, por definición, los días contados.

Referencias

Creative Commons License

Etiquetas:, ,

PARTNERS

Publicidad

Nube de Tags