Festival MÚSICA SUR de Motril: otro canto del cisne

Se anuncia la desaparición de otro festival, de dimensión reducida pero que había logrado convocar un público fiel alrededor de la música de cámara, una repercusión considerable en la crítica especializada y una proyección europea notable. Y se despide con la queja de siempre, la falta de interés de las instituciones por financiarlo.

L20110513_fest-musica-sur-desapariciona segunda cápsula del tiempo existente en España se selló en Motril, localidad eminentemente turística de la costa granadina. Y se hizo para conmemorar un llamativo acontecimiento, el 135 aniversario del movimiento cantonal que tuvo lugar el 22 de julio de 1873, y que supuso que -al menos durante tres días- el municipio se conviertiese en “República Independiente de Motril”. Un movimiento impulsado por los vecinos, hartos de sufrir el abandono de las autoridades de la época. Cuando se abra la cápsula en 2023, quizá de ella surjan los fantasmas sonoros de la música de Antheil, Boulanger, Korngold, Berio o Jesús Torres, interpretada por el Trío Arbós, el Cuarteto Diotima o el acordeonista Iñaki Alberdi, como un canto de despedida a un festival que nos deja. Por desidia o desinterés de aquellos que económicamente lo hicieron posible un día y que ahora -por las razones que sea- no parecen dispuestos a seguir apoyándolo.

En efecto, el Festival MÚSICA SUR anuncia su desaparición. Nos llega la información desde varios puntos, entre ellos, un artículo del diario Ideal que se ha hecho eco de la frustrante noticia. Durante los dos años de vida de esta nueva etapa de Sul Ponticello nuestra publicación se ha estado haciendo eco de este ciclo, poniendo énfasis en el carácter innovador de la iniciativa, que planteaba una programación en la que obras clásico-románticas convivían de forma normalizada con las de nuestro tiempo. Un proyecto impulsado por la mano de Juan Carlos Garvayo, pianista del Trío Arbós, uno de los grupos clave de nuestro país, y que logró en muy poco tiempo hacer de este festival una referencia para la música de cámara. El secreto de este éxito -corroborado por un público que llenaba todos los conciertos- fue sin duda la capacidad de sus organizadores para suplir medios con tesón y seriedad, lo que permitió convocar a grupos de referencia internacional en un entorno poco habituado a este tipo de eventos. La presencia de crítica especializada, la difusión internacional, el éxito inapelable en lo relativo a asistencia y recepción por parte del público, no han bastado para que -como ya aburre relatar- las administraciones públicas y patrocinadores se desentiendan, dejando paso al amargo sabor que deja la tierra baldía.

Y el problema no se limita a una desaparición, una más entre las que alarmantemente nos van creciendo en España (aunque también en otros países europeos cuecen habas, que no se descuide nadie), sino que supone un mazazo a la tan traida y llevada ”iniciativa privada”, esa a la que apelan cada vez más los políticos adscritos a uno u otro bando, aquí y en cualquier parte de esta vieja Europa que parece cada vez más apagada. Porque en este caso se trata de eso, de un proyecto realizado por unas personas independientes, con inquietudes en el terreno de la música, que se lanzan a la acción cultural obteniendo el mayor rédito en la satisfacción de ver cómo florece el interés de los ciudadanos de una localidad costera del sur de nuestro país a partir de la oportunidad que se les brinda de escuchar buena música bien interpretada. Ciclos de este tipo hay unos cuantos en nuestro país (cada vez menos, gracias a los logros de aquellos que veneran la crisis como solución a cualquier mal), y está demostrado que su pervivencia sólo se puede estrangular cuando se fuerza la máquina hasta el punto de dejar las arcas completamente desprovistas. Y esto no es de recibo. No se puede dar de lado el buen hacer con la raquítica y cansina excusa de una crisis inexcrutable, retirando unos fondos que nunca son sustanciales comparados con otros gastos (muchos de ellos también inscritos en el plano cultural). Mientras las “autoridades” no sean sensibles al valor de estas iniciativas y sigan tratándolas como meros artefactos contables de segunda división en las memorias de actividad que hipotéticamente les proveen de votos, la cultura de nuestro país permanecerá en Segunda B, por mucho que los profesionales inquietos pongan todo y más de su parte. Cuesta bastante entenderlo. Y más entonar los inevitables cantos de despedida mientras corremos a bajar el volumen del televisor que nos anuncia, insistentemente, las excelsas bondades de la nueva estrella de Eurovisión.

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