El silencio goza de buena salud

La música de José María Sánchez-Verdú sirve como punto de partida para esta breve reflexión del también compositor Jacobo Durán-Loriga en torno al uso del silencio en la música actual y las capacidades sensoriales de una sociedad cuyo espacio público está invadido por el ruido.

H20100225_el-silencio-goza-de-buena-saludace pocos días asistía a la presentación del disco Inscriptio de José María Sánchez-Verdú. Es sabido que su música hace generoso uso del silencio y sobre todo de los sonidos a penas perceptibles. Dicho de otro modo, explota los límites de la audición.  En la presentación del disco, José Luis Tellez, el del verbo encendido, dijo cosas muy atinadas, como es costumbre en él.  Trató de diversos aspectos de la música de nuestro compositor y en especial del silencio coloreado. En efecto, cualquier silencio se ve teñido por la resonancia (la memoria) del sonido que le precede. Este no es un invento moderno, atribuible a Lachenmann, Sciarrino, Nono o Feldman. Seguramente el dejar en suspenso unas trompas o unos tambores en la lejanía debe ser un recurso tan eficaz y tan antiguo como la literaria evocación del olifante en el Cantar de Roldán.

Pero habría que ser muy poco sutil para no distinguir entre un tradicional procedimiento de la narrativa musical y el empleo estético que se ha hecho más recientemente.  Sin pretender agotar el tema -daría para mucho- se pueden apuntar varios aspectos.  El silencio es reivindicado como un valor en sí en el momento en el que la sociedad post-industrial ha sumido a los urbanitas en el ruido casi universal. No se trata ya de la barahúnda fabril sugerida por Nono en La Fabrica Illuminata, sino de la invasión de todo espacio público y si nos descuidamos también privado, por un continuo, que en lo sonoro aspira a no tener fisuras. Desde la sonorización de grandes almacenes, a los pequeños espacios como los restaurantes que quieren crear su ambiente; desde el tocayembes del parque al rapero casero, pasando por el metro a lo Blade Runner, todo el espacio urbano es un espacio de acoso decibélico. Yo me desplazo a veces por la urbe aislado por unos auriculares de protección. No me da la impresión de ir llamando la atención con mi voluminoso tocado, entre tanta gente auricularmente unida a su IPod, MP3, teléfono, consolas portátiles y otros engendros para el aturdimiento individual. Acabo este inciso sobre lo estruendoso haciendo observar cómo la tecnología no ha ayudado al respeto y a la educación. Al contrario, el teléfono móvil favorece que se vocifere en cualquier lugar sin pudor alguno. Tampoco lo tienen quienes mediante algún artilugio dan a conocer sus gustos musicales de manera ambulante y ostentosa, como si formase parte de sus derechos de ciudadanía fundamentales.

No tiene que sorprender, ante semejante panorama, que muchas personas con sensibilidad se refugien en un arte que explota las sonoridades más débiles. El problema está en que lo tenue, de puro sutil se quiebra. Los ejemplos los tengo del propio acto de presentación del disco de Sánchez-Verdú. Intervino con un pequeño concierto el Zahir Ensemble que dirige Juan García Rodríguez, excelente grupo dicho sea de paso, responsable del registro en cuestión.  Durante la interpretación de un fragmento de Machaut-Architektur, una señora, sentada un par de filas detrás de mi, se dedicó a comprobar el suave deslizamiento del cierre de cremallera de su bolso.  La irritación que el ris-rás me producía anuló toda posible fruición estética.  Después intervino un clarinete solo con la obra que da título al CD.  El intérprete, muy versado en la obtención de las sonoridades más tenues del instrumento, fue él mismo el involuntario causante del fracaso de la interpretación.  Resulta que la tarima del escenario de la Sala Manuel de Falla (en la sede de la SGAE) tiene zonas silenciosas y otras más crujientes que el barquillo.  Nuestro hombre tuvo la desventura de plantar sus pies en una de las últimas; la interpretación se vio acompañada de un continuo de chasquidos según desplazaba el peso de una a otra pierna. Menos teatral pero más eficaz hubiera sido que tocase sentado.

Portada del CD de Zahir Ensemble dedicado a Sánchez-Verdú

Portada del CD de Zahir Ensemble dedicado a Sánchez-Verdú y publicado por el sello Verso

 

Me pregunto si se pueden dar las condiciones necesarias para la audición pública de estas obras, o si debiera difundirse preferentemente en grabación.  No parece que en el caso de Sánchez-Verdú él se conforme con audiciones acusmáticas, pero lo cierto es que habría que pensar entonces en aristocráticas reuniones exclusivas para oyentes capaces hasta de contener la respiración en favor de la perfecta audición.

Se pensará que quien esto escribe tiene oído de tísico y cualquier cosa le molesta.  Me temo que no es así y ello me lleva a plantear algunas dudas en cuanto a una música imposible de ser percibida por quienes tienen hipoacúsia.  Quizás el loable empeño en hacer que los discapacitados accedan a todo tenga su lado exagerado, rayano en lo ridículo, en las representaciones teatrales por compañías de tartamudos y otras cosas que por el mundo se dan.  El afán de superación es cosa encomiable, pero me pregunto si en el lado opuesto, es éticamente incuestionable un arte que demanda de unas cualidades sensoriales que no están, ni mucho menos, al alcance de cualquiera. No se hace una pintura o un cine para quien tiene una vista de lince, pero sí se está haciendo una música para superdotados auditivos.

Mis dudas éticas, no me hacen cuestionar la legitimidad del uso de silencios y semi-silencios. Es una opción perfectamente válida. Otra cosa, y este es el pero que pongo la obra de Sánchez-Verdú, es su aplicación a la ópera.  Creo que hay una ley no escrita según cual hay que usar más  la brocha gorda que el pincel fino en el género operístico.  Contraejemplos hay algunos tan notables como el Wozzeck pero no dejan de ser la excepción.

En todo caso, me da la impresión de que tenemos silencios (y semi-silencios) para rato.  Por eso hablo de la buena salud estética del silencio.  Hay un importante elemento con el que juega: lo que no puede poner la percepción, lo pone la imaginación.  El oyente sensible tiende a llenar los huecos con su propio imaginario. Si se exagera, el niño que veía al rey desnudo del cuento, quizás vaya a un concierto y se arme…  Entre tanto a disfrutar del disco, y de lo saludable del silencio.

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