Hay dÃas en los que, al desper-tarse, a uno le gustarÃa que le volvieran a explicar el mundo, pero desde cero y hasta el final a poder ser. Porque desayunarse con ciertas noticias puede hacer que comiences el dÃa con un comprensivo meneÃto de cabeza (estos muchachos…) o bien decidiendo que entierras los bártulos de componer y que hasta aquà hemos llegado, que todos tenemos un aguante, que si el respetable empieza a tomar en serio algunas tonterÃas que se oyen por ahà mejor será ir preparando la jubilación. Pero como al final no, que ni una cosa ni la otra, y que como es agosto y flota cierta pereza en este Madrid aligerado de personal, uno acaba poniéndose a escribir sobre el asunto sin saber si hace bien o pierde el tiempo.
Porque estamos en un mundo rarito donde los haya. La noticia en cuestión lleva sobrevolando nuestras cabezas desde principios de julio, cuando en una información de la agencia EFE se daba cuenta de la puesta de largo de un proyecto que está llevando a cabo el Grupo de Investigación de Inteligencia Computacional de la Universidad de Málaga, el proyecto Iamus, un superordenador capaz de “componer” a partir de un proceso evolutivo que –según indican sus responsables- “no parte de ningún conocimiento ni parametrización humanos” [1]. Indudablemente, la propuesta tiene el atractivo de esa mezcla entre el conocimiento cientÃfico y la anécdota, un cóctel de garantÃa para los medios de comunicación que buscan la noticia llamativa y curiosa. Cuentan los investigadores (siempre según lo que aparece en la prensa) que Iamus es un experimiento sobre las posibilidades creativas de la inteligencia artificial ”mediante la aplicación al lenguaje computacional de la evolución darwiniana y la genética de los seres vivos“. Y aquà a uno le asalta una primera duda razonable: si no parte de ningún conocimiento humano previo, ¿cómo es que Iamus ha logrado evolucionar hacia una estética concreta perteneciente a una cultura concreta (la occidental, para más señas) de un momento histórico concreto, sin ayuda de nadie, sin unos presupuestos predefinidos? Y a partir de ahora, ¿evolucionará el “pensamiento” de la maquinita hacia el serialismo integral? ¿Y después hacia el espectralismo? Es lo que tocarÃa, porque lo que he podido escuchar (por ejemplo, la primera obra de un ya largo catálogo de 800 “compuestas” por el ilustre invento, titulada, como manda la costumbre en el mundillo de la programación informática, Hello World!) no pasa de ser una especie de mal alumno de Schönberg al que, encima, da la impresión de que se le va la olla a cada momento. Mucho gesto, ciertas afinidades armónicas, una lejana aproximación estilÃstica… Poco más. No sé quién podrÃa negar la evidencia de que falta toda la “chicha”. Incomprensiblemente, algunos lo hacen.
AsÃ, en estos dÃas vuelve otra oleada mediática. Aunque sin añadir mucho más, se sigue insistiendo en las mismas banalidades. En el fondo, es posible que lo que más incordie del tema es el desprejuicio y la superficialidad de los investigadores (músicos, algunos de ellos) en su uso del marketing. Se dirÃa que estamos haciendo las prácticas necesarias para parecernos a lo peorcito de las sociedades anglosajonas, a sus vicios más perniciosos, y a esa justificación de cualquier acto a través de la apelación al incuestionable y sacrosanto mercado (eso sÃ, todo hay que decirlo, los artÃculos más serios son los que aparecen en The Guardian, firmados por Tom Service y por Philip Ball). Parece que todo vale con tal de conseguir una buena difusión en los medios (por ignorantes que éstos sean en materia artÃstica y cientÃfica), y asà contribuir al mantenimiento o el logro de la tan ansiada financiación. Vamos, que hay que dar cuenta del dinerito empleado, y si es posible, conseguir otro buen montón justificando la repercusión del invento. Y en esta dinámica ciega se pueden leer lindezas como: “Iamus pasarÃa por ser el primer sistema no humano capaz de componer una partitura de música «indiferenciable» de obras de compositores.“ El caso es que como información de bulto queda bien, seguro que vende lo suyo, de hecho la London Symphony Orchestra ya ha participado en la grabación de un CD que se acaba de poner a la venta; y cómo no, el software se venderá en breve, imagino que con promesas del tipo: “Compre aquà el compositor que le escribirá las más excelsas obras, sin necesidad de pagar caros encargos, evitando enjundiosas explicaciones en las notas al programa o en los ensayos… Y además, ¡ni siquiera pide para comer ni gasta en calefacción!”
Entrando en otro terreno, en el material gráfico que acompaña las informaciones observamos una extraña cápsula de diseño bicolor atigrado que aparece delante de los supercomputadores. ¿Qué se pretende insinuar con semejante pústula de apariencia extraterrestre? ¿Que en ella se está fraguando el futuro de la creación musical? O quizá más bien forma parte de una ingenua escenografÃa mezcla de Serie B y contenedor de vidrio pintado a lo comic de Moebius, que pretende generar un halo de misterio y acaba en chiste, terminando por sugerir la presencia de un oculto y peligroso Alien que se nos aparece en medio del laboratorio, esta vez con rostro de compositor de la primera mitad del siglo XX (no sé en quién pensará el lector, yo tengo un par de ilustres que irÃan bien en una hipotética eclosión de este huevo bicolor). Un poco de compostura, señores, que se supone que su trabajo cientÃfico es mÃnimamente serio, y no es cuestión de que en la venta fácil el valor que se le supone a la investigación acabe tomando la apariencia de un videojuego con alma de sainete.
Y al final uno se pregunta: ¿por qué el ser humano siente tanta atracción por emular un comportamiento y unos valores especÃficamente humanos a través de una máquina? ¿Qué narices pretendemos haciendo intentos para que la máquina haga lo mismo que nosotros (vanos intentos, por cierto) si en definitiva reconocemos la incapacidad de la ciencia en el juicio sobre la obra de arte? Si reconocemos esto, que el valor subjetivo imperará en alguna medida siempre cuando hablamos de arte, y que este juicio será esencialmente humano, ¿no será mejor dejar al compositor tranquilito en sus quehaceres, y como mucho, llevar a cabo estos experimentos (no dudo que interesantes lejos de su aplicación en el terreno artÃstico) evitando las comparaciones estúpidas? En un alarde de multifuncionalidad se nos dice en uno de los artÃculos que, además de mandarnos al paro, quizá pueda servirnos para agilizar procesos que de otro modo el compositor tardarÃa siglos en realizar. Muy bien, pero esto ya lo hacemos desde hace mucho, oiga. ¡A ver si toda la composición asistida por ordenador se va a haber inventado de un plumazo con Iamus! La tecnologÃa está muy bien, es un avance que se agradece en muchos sentidos, pero el problema de la creación tiene además fondos más complejos: entre otras cosas, hay tener algo que decir y hacerlo con una intención artÃstica. Hoy por hoy, pensar en que en el presente o en el futuro la inteligencia artificial va a solucionar algo en ese terreno resulta de una inocencia supina. Podemos pensar en la conveniencia y factibilidad de que un robot responda a un sentimiento de miedo para no caerse por las escaleras, pero de ahà a emular el comportamiento humano en el plano artÃstico, hay un trecho que no parece ni fácil ni conveniente recorrer.
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