El pez o la caña

José Antonio Coso, profesor de piano, pedagogía musical y literatura e interpretación del piano en el Conservatorio Profesional “Francisco Guerrero” de Sevilla reflexiona en este artículo el papel del profesorado en el contexto educativo actual.

S20091209_el-pez-o-la-canai me das pescado comeré hoy, si me enseñas a pescar podré comer mañana.”

Este viejo proverbio chino pone en conflicto dos posturas, principios o doctrinas sobre la caridad o atención al prójimo ante sus necesidades primarias -la limosna, el óbolo, el regalo per se, …-, versus la ayuda al desarrollo de habilidades manuales y/o intelectuales y valores como el esfuerzo propio y la autoestima como garantía de futuro.

Actualmente, ambas realidades conviven como dos formas de entender las relaciones sociales. La política de subvenciones, “pan para hoy y hambre para mañana”, lleva a la quiebra a un país por cuanto el obrero no necesita un subsidio sino una oportunidad, un puesto de trabajo, una dignificación de su actividad laboral o profesional. En medicina, un paciente informado es un colaborador del médico, pero cuando aquél es un simple receptor de medicamentos, esta maravillosa profesión pasa a convertirse en un trabajo mecánico, burocrático y deshumanizado. En educación, no podemos -bueno, sí podemos, aunque no debemos- desarrollar nuestra actividad docente ayudando a solucionar problemas a los alumnos, o facilitándoles las fórmulas para aplicarlas a determinadas situaciones. Los ciudadanos de las próximas generaciones tendrán que “… adquirir, actualizar, completar y ampliar sus capacidades, conocimientos, habilidades, aptitudes y competencias para su desarrollo personal y profesional” (como promulga la LOE) que les permita afrontar con éxito los retos que les depara el estimulante, a la vez que inquietante, futuro en todos los ámbitos de la vida.

Considero que un buen profesor “se es”, y que esa vocación mejora con los años, con la experiencia propia y ajena, con el intercambio de experiencias y conocimientos con otros colegas, con la investigación, la reflexión, el estudio, … y también con algunas aportaciones, cuando es el caso, de la legislación educativa vigente en cada tiempo. Este tipo de profesionales no necesitan leyes educativas que les digan lo que tienen que enseñar o lo que tienen que dejar de enseñar a sus alumnos. Cierta es, por otro lado, la necesidad de normativas (leyes, decretos, órdenes, …) para organizar administrativa y académicamente las diferentes enseñanzas, pero en cuanto a los contenidos de las mismas habría mucho que hablar y debatir.

Efectivamente, estamos en un sistema y hay que ceñirse a las reglas del juego pero, sin infringirlas, el profesor que realmente tiene conciencia de lo que él y la familia tienen entre manos -¡la formación para la vida de una persona!- comunica los contenidos preceptivos pero impregnados de los valores que realmente van a formar el carácter de sus alumnos. ¿Acaso no debería ser ése el fin último de la educación, ayudar a FORJAR EL CARÁCTER de cada ser humano?

Pues creo que la realidad nos muestra que no. La sociedad tecnicista en la que nos encontramos (atrapados) lo que demanda son piezas de mayor o menor calibre y especialización para que su “maquinaria” funcione con precisión y eficacia en la consecución de sus objetivos; objetivos que indudablemente no contemplan el crecimiento interno del ser humano para ser mejor persona, mejor padre y madre de familia, mejor hijo, mejor hija, mejor obrero y persona, mejor empresario y persona, mejor profesor y persona, mejor alumno y persona, mejor director y persona, mejor político y persona, mejor jefe de gobierno y persona, mejor asesor y persona, mejor líder de la oposición y persona, mejor policía y persona, mejor comerciante y persona, mejor artista y persona, … porque si fuera así, si la educación estuviera enfocada a ayudar a las personas a ser mejores en su trabajo o profesión pero también a mejorar, a crecer, a “evolucionar” como ser humano, no habría tanta desigualdad e injusticia social, ni tanto dolor, hambre y calamidades en este atribulado mundo.

Con la entrada en vigor de la Ley Orgánica de Educación (03/05/2006), más conocida por su acrónimo (LOE), se incorpora al sistema educativo español la competencia, entendida como “aptitud o capacidad de movilizar rápida y pertinentemente toda una serie de recursos, conocimientos, habilidades y actitudes para afrontar de manera eficiente determinadas situaciones”, o lo que es lo mismo, proporcionar un poco más de caña y un poco menos de pescado.

Lamentablemente, esta importante novedad sólo ha sido de aplicación a la educación general. De nuevo la música, a pesar de las “buenas intenciones” de nuestra vieja y jubilada amiga “la LOGSE” en cuanto a unificación, coordinación e integración de las enseñanzas de régimen general con las enseñanzas de régimen especial, vuelve a quedar offside; el empecinamiento de los hechos demuestran que esa cacareada coordinación curricular logsiana es pura apariencia, pues en la reciente reforma, la música ha quedado de nuevo excluida de esta novedosa y, creo que, importante orientación educativa a nivel del Consejo de la Unión Europea y de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico).

Refiriéndome en concreto a mi colectivo, los profesionales de la enseñanza musical, ya no sé si es que estamos “curados de espanto”, si es que nos da igual, o si es que no nos enteramos de lo que está pasando en nuestro entorno educativo inmediato, lo que sí sé es que cuando algo bueno aparece en educación, no podemos -y subrayo no podemos, por dignidad profesional- dejar pasar oportunidades como éstas.

Llevo muchos años, prácticamente desde que las administraciones educativas nos embutieron en el modelo de escuela por objetivos, buscando fórmulas que permitan la conciliación entre la enseñanza instrumental y la teoría curricular -las enseñanzas teóricas son mucho más fáciles de adaptación al currículo-. Muchos han sido los intentos, y en cada uno de ellos he ido vislumbrado mayores posibilidades de adaptación. Con ello quiero decir que, sin dejar de admitir que el modelo curricular es válido, muy válido para nuestras enseñanzas, no es menos cierto la necesidad de una profunda reflexión y amplio debate de todas las partes implicadas para conseguir una adaptación a nuestras enseñanzas musicales, sin descartar de nuestra práctica los aspectos del modelo tradicional que a lo largo del tiempo han seguido y siguen demostrando su validez y eficacia: lo mejor del currículo y lo mejor de la enseñanza instrumental tradicional.

Pero como esta reflexión y debate multisectoriales creo que, si llegan a producirse, no va a ser mañana, ni la semana que viene, ni el mes que viene, … no puedo dejar de ofrecer a mis alumnos -ni a los profesores que quieran acompañarme en esta aventura- mejores perspectivas educativas mediante la experimentación de un nuevo enfoque centrado en la enseñanza instrumental, a través de una programación didáctica alternativa realmente útil, activa, comprometida con el modelo curricular vigente, en la que además de servir de consulta para elaborar los diferentes repertorios para cada alumno, sirva para organizar, controlar y mejorar los procesos educativos, y así optimizar los resultados musicales y la formación de los estudiantes, llegando, de esta manera, a conseguir una coherencia entre lo que se planifica y lo que se realiza en el aula.

Ese, creo yo, sería el camino para olvidarnos del pez y centrarnos en la caña.

Y, precisamente, ha sido el significado de “competencia” lo que ha permitido la realización de este ambicioso proyecto, ya aprobado por el departamento de piano del centro en el que trabajo, y puesto en marcha en mi aula de piano. Estoy convencido de que este planteamiento va a permitir la consecución de lo que sin lugar a dudas considero el fin último de la educación musical en una disciplina instrumental, la formación del carácter musical del alumno, aprender a abordar e interpretar obras de diferentes estilos, aplicando a cada uno las convenciones interpretativas propias, pero con carácter propio, con criterio personal, genuino, auténtico que, junto a la fidelidad a la partitura, constituyen la esencia misma de la interpretación y el mejor homenaje que podemos hacer a la memoria del autor de cada obra que abordamos para su interpretación.

Pero ¿cómo es posible haber programado por competencias sin que hayan sido establecidas oficialmente en nuestras enseñanzas?

Ésa y otras interrogantes, que posiblemente hayan surgido en el lector a lo largo de este artículo, serán el leitmotiv de un nuevo artículo.

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