Desaparición del Festival de Música Contemporánea de Alicante: las culpas compartidas

La supresión del ciclo alicantino deja al país huérfano del único festival de carácter público y nacional dedicado a la música contemporánea, un hecho que debe analizarse desde un contexto lo suficientemente amplio para no caer en conclusiones fáciles.

E20130427_desaparicion-festival-alicantestá claro que la longevidad y trayectoria de un festival, incomprensiblemente, efecta poco a la hora de decidir su desaparición. Así se demuestra en tantos casos de ciclos desaparecidos en los últimos tiempos, y también en el más reciente, que resulta especialmente vistoso cuando menos por lo que simbo- liza: el Festival Internacional de Música Contemporánea de Alicante (en las últimas ediciones llamado simplemente “Festival de Alicante”, seguramente en un intento fallido de moverse hacia una propuesta menos especializada). Un festival que este año debería haber cumplido la edición 29 y que ha recibido su puntilla hace unos pocos días. Decimos “puntilla” porque el Festival de Alicante estaba tocado desde hace tiempo. La intervención del Ministerio de Hacienda en 2012, paralizando la constitución de una fundación que hubiera dado entidad (presumiblemente no sólo jurídica) a los festivales de música y teatro contemporáneos que tenían lugar en la ciudad levantina, ya daba una pista de por dónde iría el tiroteo futuro. Pero más que tiroteo el resultado ha sido una muerte lenta, sin mano ejecutora abiertamente visible, más parecido a dejar morir al enfermo que otra cosa.

Ahora se informa de una reconversión, como reza una nota de prensa que es ya famosa por el alarde eufemístico de su titular, “El INAEM amplía su misión de difusión de la música contemporánea a través del CNDM“, y que nos habla de esta “ampliación” en estos términos: “El Festival de Música de Alicante se transforma en el ciclo Alicante Actual, que ofrecerá nueve conciertos y un amplio programa educativo a lo largo de la temporada y que se desarrollará en coproducción con el Auditorio de la Diputación de Alicante y en colaboración con el Ayuntamiento, la Universidad y el Conservatorio Superior de la ciudad.” No dudamos de la idoneidad de este impulso a la difusión de la música de nuestro tiempo, pero todos sabemos que no se trata de un proyecto que sustituye a otro. Un festival no es un ciclo que se desarrolla a lo largo del año, entre otras muchas cosas porque si no se concentra en un corto periodo de tiempo no es capaz de convocar mucho más allá del público local. Además, es evidente que hay, detrás de esto, un intento de ahorro que no acaba de explicitarse, y que convendría conocer. ¿Cómo se conformarán esos conciertos? ¿Irá el presupuesto del festival, al menos en parte, a financiar este nuevo ciclo y otro que se anuncia en Santiago de Compostela? Mucho nos tememos que no van por ahí los tiros. Además, ya se habla en algún medio que la programación de estos conciertos no será de música de nuestro tiempo exclusivamente, lo que invalida doblemente cualquier tipo de “sustitución”. Todo esto se dilucidará, suponemos, el próximo día 22 de mayo cuando se presente la temporada 2013-14 del CNDM.

Pero insistimos, que no quede duda: es perfectamente lógico que se piense que cualquier ciudad de un mínimo de población debería ser foco de atención en lo referido a la difusión de la creación musical actual, ¡faltaría más!, y la generación de ciclos sostenidos a lo largo del año no nos parece en absoluto cuestionable (más bien lo sería su ausencia), pero esto nada tiene que ver con mantener o no un festival –no lo olvidemos- que era el único de carácter nacional y dedicado a la música de nuestro tiempo, organizado desde una administración pública central.

Un poco más allá

Lo cierto es que el Festival de Alicante ha tenido muchas etapas, unas mejores que otras, incluso algún reciente intento de innovación en planos alejados de lo meramente artístico, como es el caso de la feria profesional que en sus dos escasos años de vida (2010-2011) difícilmente ha tenido tiempo para demostrar su eficacia. Pero a lo largo de su dilatada existencia lo cierto es que el festival alicantino ha carecido siempre de un vínculo estrecho con la ciudad que lo acogía, y esto es algo que ha pagado en forma de falta de asistencia e interés de un público local que, en buena lógica, debería ocupar una buena parte del aforo en los conciertos. Este evidente desapego de la ciudad hacia el festival –un “esto no es mío” siempre muy peligroso- nunca se afrontó como un problema importante, y quizá sea uno de los factores clave que han contribuido a dar al traste con 28 años de festival. De otra forma, ¿cómo interpretar la casi total ausencia de reacción de los medios alicantinos y valenciano, fuera de la lógica cobertura informativa? ¿Alguien se ha enterado, al menos en los círculos culturales alicantinos, de la noticia? O, mejor dicho, ¿a alguien de estos círculos le importa realmente? A pocos, nos tememos. Un único artículo hemos leído, el de Guillermo García-Alcalde en el diario Información muestra la indignación desde esta perspectiva. Es difícil pensar que una ciudad casi totalmente ajena a lo que en ella se celebra pueda sentir el mínimo apego, y esto se paga caro. No sabemos si con el vacío total, como es el caso, pero sí con la inanición que en definitiva acaba por contribuir a labrar su fin.

Y si el desapego institucional y ciudadano era evidente en la propia ciudad, también fue evidente la ausencia de dirección, sobre todo después de extinguirse el CDMC (Centro para la Difusión de la Música Contemporánea). En realidad el festival nunca tuvo plena autonomía institucional; siempre fue dependiente, de manera muy directa, de una unidad de producción superior. En los últimos años el festival se encontraba en una tierra de nadie que probablemente haya sido otro de los factores importantes en su desaparición.

Una noticia en el ABC nos informaba del intento por parte de la Generalitat Valenciana de fusionar el festival alicantino con el ENSEMS –el festival de música contemporánea de Valencia, organizado por la administración autonómica-, algo que no ha fructificado –según las mismas fuentes- por el rechazo del Ministerio a la idea. Una solución de última hora que, al menos, hubiera ayudado a mantener cierta esperanza sobre el futuro de la música contemporánea en el levante peninsular, pero que tampoco hubiera servido como sustituto del festival nacional. En definitiva, se hubiera tratado de un parche a la desesperada: dos flacos que se juntan para parecer uno normal (hay que recordar que el ENSEMS viene sufriendo recortes importantes en las últimas ediciones, además de todo el conflicto generado con la centralización institucional a través de ese extraño organismo aglutinador llamado CulturArts).

Y un poquito más aún

Pero hay más, que aquí no se libra ni el apuntador. Como ocurre en muchos ámbitos de la cultura en nuestro país, no da la impresión de que el Festival de Alicante fuera especialmente valorado en el “mundillo” musical. Recuerda en cierto modo a lo ocurrido con el CDMC, y la absurda parálisis que se produjo en el momento que se anunció su supresión, donde hubo intentos para que al menos se elaborara una carta de protesta, y asombrosamente, fue imposible lograr una voz colectiva, ni siquiera entre la profesión. En estos casos, incluso a sabiendas de la previsible inutilidad fáctica de la protesta por escrito, parece imprescindible que los más cercanamente damnificados (los compositores, los intérpretes especializados, etc.) expongan su descontento ante decisiones que van a afectarles muy directamente.

¿Por qué este desapego del “sector”? No es fácil el análisis, no, pero parece que no andaríamos muy descaminados si pensáramos que el problema tiene mucho de exceso de preocupación por lo individual y ausencia de interés por el bien colectivo (que, al fin y al cabo, termina afectando a lo individual, no nos engañemos). Somos un país poco dado al trabajo en equipo, a la puesta en común, a exponer y debatir los problemas públicamente de forma sosegada, analizando causas y aportando soluciones. Nos cuesta compartir, sobre todo si nos encontramos en un entorno de feroz competencia profesional, como es el artístico. Si las cosas no le van mal a uno, mejor no meterse en jaleos que seguro que al final se tiene el tino de llevarse la bala perdida. Este es un razonamiento que, desgraciadamente, vemos demasiado a menudo, y obviamente no sólo en el ámbito de la música, sino como una forma de ver las cosas que en definitiva nos va construyendo y que termina por minar lo poco que se ha conseguido levantar. Lamentamos la pérdida cuando ya no hay remedio y nos dolemos de no haber hecho la crítica antes, de no haber dado relieve a lo que tenía valor y ayudado a mejorar en aquellos aspectos que ahora nos parece que han contribuido al desastre.

Pero bueno, de todo se aprende. Esperemos que estos estacazos sirvan al menos para apreciar lo poco que nos queda. Aunque esto empieza por preguntarnos si realmente queda algo que defender.

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