Coincide el estreno de Candide, la opereta volteriana de Bernstein y libreto de Lillian Hellman, con el estreno de C(h)oeurs, el espectáculo de danza de Alain Platell en el Teatro Real. Las reacciones son completamente diferentes. Mientras que la crítica y el público es unánimemente favorable con la primera, no lo es en absoluto con la segunda. Estaría bien comparar y analizar las dos reacciones. Los motivos musicales y teatrales que llevan al triunfo a Candide, que podría asegurarle una temporada en Madrid más larga que los cuatro días que ha sido programada en los Teatros del Canal. Y a C(h)oeurs una temporada más corta en el Teatro Real. Pero esta crítica es como el personaje de la vieja dama de Candide, a la que le falta un glúteo, para hacer dicha comparación y análisis, pues quien escribe no ha visto ni oído C(h)oeurs y, por tanto, no puede ni escandalizarse, ni demostrar el tedio que le produce. Escándalo y tedio que han conseguido hacer olvidar a este Candide. Un Candide que se musicalizó, es decir, se le dio apariencia de musical de Broadway, casi veinte años después del su fracasado estreno, y hacerlo florecer como un éxito. Seguramente, algo tuvo que ver Sondheim, otro que coincide en la cartelera madrileña con Follies, producción musical que triunfa en las tablas del Teatro Español y que tiene asegurada su vuelta al mismo escenario debido al gran éxito que está obteniendo.
Pasemos pues a Candide y esa obertura que ya es todo un clásico. Un score que al espectador actual recuerda el corte musical que acompaña los títulos de crédito finales de muchas películas, sobre todo Blockbusters, que seguramente ha inspirado. Una obertura que la New York Philarmonic Ochestra ha tocado unas cien veces y desde que murió Bernstein sin un director presente, guardando ausencia. Que recoge, al estilo clásico, los leitmotivs que recorren los personajes de la opereta. Pero no hay que llevarse a engaño. Lo popular no está reñido con el saber musical ni con la vanguardia. Por eso no es de extrañar la presencia en escena de Antoni Comás, tenor de muchos de los espectáculos de Carles Santos y de los riesgos que se corren en la escena musical española. Como ese estrepitoso fracaso en lo artístico que fue el Magahonny del Matadero o esa grata sorpresa del Yo, Dalí estrenado en el Teatro de la Zarzuela y repuesto en el Teatro del Liceo a principio de temporada.
No es, a pesar de sus canciones, cercanas al standard, una obra fácil. Aunque cuando se está viendo lo parece. Poca decoración en el escenario. Apenas un fondo pintado a modo de grabado en el que busto de Voltaire es rodeado por imágenes que representan las anécdotas contadas en escena. Delante de este fondo, la Joven Orquesta de Comunidad de Madrid dirigida por Manuel Cloves, en el escenario, con un mono negro de currantes. Y en el proscenio un templete con varias alturas que servirá lo mismo para un roto que para un descosido. Es decir, para un castillo en Westphalia, una plaza lisboeta en la que se producirá un Auto da fe, el palacio del gobernador de Argentina, la casa de una meretriz parisina (trasunto cómico de La Traviata) o un casino turco. Todos ellos encarnados por arte del texto, la música y los cantantes-actores que bordan sus personajes, en los que creen tanto o más que en sí mismos.
Y, el elemento principal, tratarse de una comedia, una farsa, dirigida como está escrita y compuesta. Midiendo el tópico jocoso y dejándolo en ese tiempo que se encuentra entre el no llegar y el pasarse. Todo para contar las aventuras y desventuras de un personaje cándido que huérfano se formó con sus primos en un castillo de Westphalia a manos del profesor Pangloss que les enseño que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que si algo malo ocurre para alcanzar ese “mejor” tiene que compensarse con algo bueno. Bueno, lo que se dice bueno, les pasa poco. Guerras, violaciones, torturas, asesinatos, engaños, esclavitud, piratería, infidelidades, matrimonios, y hasta la pérdida de un glúteo a lo largo y ancho de este mundo. Vamos, casquería como la de las televisiones actuales, pero con finura. Con buen humor, mucho buen humor que hace reír a quien asiste a la representación. Donde el equivoco, la farsa y la teatralidad del montaje ideado por Paco Mir, similar a la representación que hizo la New York Philharmonic Orchestra en 2005, no desluce la calidad ni la cualidad de las voces. Una especie de opereta en concierto donde el coro y la orquesta son, forman y suponen un actor o varios más.
Aplausos, muchos aplausos, al final de este espectáculo y una sensación de programa doble en un cine de barrio. Esa inquietud y alegría que llenó durante mucho tiempo las infancias de muchos de los que ahora son algo más que adultos. ¿Y lo del glúteo? Es mejor ir a verlo y que se lo cuenten y se lo canten. Por increíble que parezca, se puede cabalgar sin él, aunque al hacerlo, duela. ¡Menuda risa! Nada inocente, nada cándida, aunque lo parezca. Y es que, así es el mejor de los mundos que conocemos, aunque sea el peor de los mundos posibles y ¿aceptamos?
Referencias
- Página de Candide en la Web de los Teatros del Canal (en español)
- Críticas de C(h)oeurs de Juan A. Vela del Campo y Roger Salas en El País (en español)
- Obertura de Candide por la London Symphony Orchestra dirigida por Bersntein
- Clips de Candide por la New York Philharmonic Orchestra – You Tube (en inglés sin subtítulos)
- Fragmentos de la partitura de Candide
Otros Artículos