¡Ande la tarea!

Paolo Pinamonti, el director artístico del Teatro de la Zarzuela, inaugura la temporada con ¡Ay, amor!, espectáculo que combina “El amor brujo” y “La Vida Breve” de Falla bajo la batuta de Juan José Mena, director de la Filarmónica de la BBC, y Herbert Wernicke, director de escena ya fallecido, con el objeto conseguido de contemporaneizar.

V20120926_ay-amor-teatro-zarzuelaiendo y escuchando “¡Ay, amor!” en el Teatro de la Zarzuela de Madrid lo primero que viene a la cabeza es porque se representa o se toca tan poco a Manuel de Falla. O al menos esa es la impresión. Por falta de aficionados ilustres que puedan influir en las institu-ciones culturales no será. Entre los que se congregaron en dicho teatro a aplaudir el estreno, había muchos. Y entre ellos, conocidos mecenas de la música a los que en el intermedio y a mitad de la representación se le acercaban los profesionales y los conocidos, dando la impresión de una reedición moderna de un besamanos. Tampoco faltaron al estreno compositores contemporáneos, como Tomás Marco, directores de escena, como José Carlos Plaza, ni directores artísticos, como el controvertido Mortier. No cabe duda que esta inauguración de temporada es un suceso. Y el público del teatro, tan avejentado como el del Teatro Real, estaba allí para certificarlo. Entre ellos, de vez en cuando se veía un piercing, una chaqueta con vaqueros, un pelo premeditadamente desaliñado o tintado a la moda. ¿Brotes verdes de un nuevo público que empieza a aparecer gracias a las semillas plantadas por Mortier y Pinamonti? El mercado dirá. Mientras, hay que mirar lo que se ofrece en el escenario que es mucho y escuchar lo que se oye en el foso que es menos.

El menos se debe a una orquesta que tapa a veces a los cantantes, incluso al coro que canta en la distancia. Que suena excesivamente melodramática cuando, al menos lo que se canta y lo que se pone en escena, no lo es. Sin embargo, no ensombrece a Falla. Pues hay una decidida dirección en que se le oiga y se le escuche con atención. Dirección que enciende el deseo de escucharlo más, por el simple placer de escucharlo y no por un absurdo sentimiento patriótico de que lo bueno es lo del terruño, lo propio que define y marca una frontera política y una educación sentimental.

No hay nada más que ver lo que en escena acompaña a la música para comprobar que, al menos en el arte, no hay fronteras políticas que valgan. Que gitanos y flamencos en el escenario no hacen una españolada o una andaluzada. Ponerlo al principio de temporada es más que una declaración de intenciones del rumbo que quiere tomar el director artístico de la Zarzuela. Y la elección de Wernicke también lo es, pues no hace una alemanada. Sino que ofrece sencillez, incluso simpleza, en el planteamiento escénico de nuevo para que se escuche la música como si fuera la primera vez. Donde la denostada y solitaria silla tan recurrente en los montajes contemporáneos, se convierte en el elemento que sujeta la voz de Esperanza Fernández, que tuvo algún momento en el que le costaba colocarla, y cantar de tal manera la Canción del Fuego Fatuo que no pareció una reedición anterior de todas las cantantes, populares o clásicas, que la han incluido en su repertorio. Sino la sugerente voz que colocaba palabras directamente en los oídos devolviéndole un significado, lo mismito que er querer, y que consiguió acallar al respetable que estaba deseoso por aplaudir los números que habitualmente se aplauden en El Amor Brujo. Ese amor que se espera y que no llega. Esa inquietud.

Inquietud de la que parte (la) Salud de La Vida Breve. La que se pierde en la espera y en su reconocimiento de la realidad. Una salud que muere, como en la actualidad se está muriendo en la calle. Por un amor no correspondido. Abandonada por una clase (¿política?) que elige una de su clase y de su casta […] y, además, mu rica. Una Salud que canta ¡Me perdió!/¡Me engañó!/¡Me dejó! Palabras que en circunstancias actuales suenan y resuenan igual que en la obra el tema del martillo golpea el yunque una y otra vez. Ay, quien fuera martillo en vez de haber nacido yunque. Y se oye el coro (¿de obreros?) que canta fuera de escena ¡Ande la tarea,/que hay que trabajar!/Y pa que disfruten otros,/nosotros, siempre nosotros,/¡lo tenemos que sudar! Voces que con parecidos mensajes han sonado también fuera de escena, en los aledaños del teatro, en sus alrededores y  que parece que seguirán sonando aunque (la) Salud muera.

Ande la tarea, pues, de Pinamonti y su equipo por redescubrir un teatro musical denostado, entre otras cosas, por las connotaciones que arrastra y las formas y maneras que se le han ido pegando. No se puede decir que haya comenzado con una zarzuela, por más que el lenguaje que usan los personajes sea castizo y popular. Pero sí ha sido un buen ejemplo de lo que dice que quiere conseguir: “[…] poner en contacto la tradición y la contemporaneidad”.

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