Claridad. Esa es la virtud de la dirección de escena que hace David Mc Vicar de The turn of the screw, la ópera de Britten basada en la popular novela de Henry James. Un punto de vista muy interesante y, aunque no lo parezca, atrevido, osado. No hay ambigüedad en su montaje. Y todos aquellos textos que acompañan al estreno de esta ópera en el Teatro Real, ya sea en el libreto como en los periódicos, revistas y suplementos culturales, se regodean en esa palabra, y hacen enrojecer a quien los lee.
La lectura, incluida la orquestal de Josep Pons, remite directamente a la lectura musical de Britten y de su libretista Myfanwy Piper. Autores que incluso son claros en la ambigüedad de algunas letras. Esa serie de canciones construidas a la manera de cantos populares e infantiles, que no resisten un análisis formal lógico. Para comprobarlo, cada cual puede analizar las que quiera de su infancia y muchas del pop que acompañan o acompañaron su juventud, consentidas de tanto repetirlas: “Al corro de la patata / comeremos ensalada […]”…
Esa claridad está ya en la novela de Henry James. La que ha cegado tanto a lectores, escritores y estudiosos de todo el mundo al intentar mirarla de frente. Como verdaderos hombres y mujeres. De tal manera que solo podían mirar lo accesorio de la historia. Lo que se encuentra en los márgenes donde hay luces y sombras, reflejos. Se ha cercenado así cualquier posibilidad de contradecir el lugar común al que la intelligenzia ha llevado al aparato crítico y que se podría clasificar como la especialidad de lo fantasmagórico o de fantasmas.
Pues las atmósferas veladas en que sucede la historia de los dos huérfanos y su institutriz en el campo solo tienen un objetivo. Que la audiencia, tanto de la novela como de la ópera, miren directamente a lo único que en ambos casos es concreto, está bien definido, dibujado e iluminado: la institutriz, la persona adulta que protagoniza la novela. La supuesta escritora del texto. Texto que será encontrado por otro adulto, también anónimo, que nos lo relatará. Como después de Henry James la encontraron Britten y Pipper. Y como tras ellos la encontró Mc Vicar, y los directores de escena que vinieron antes que él y los que vendrán después.
Dice el escritor Alejandro Gándara en un post reciente de su blog, El escorpión, que la modernidad comienza “[…] cuando las cosas que hay que mirar de frente se las empieza a mirar de lado o a malmirar […]” Mc Vicar, a las ordenes de Britten y de Piper, no desean espectadores modernos en este sentido. Desde el primer momento los hacen mirar de frente. Se canta en el prólogo: “[…] She was to do everything,/be responsible for everything […]” (Tendría que hacerlo todo ella,/responsabilizarse de todo) Y en la primera escena, en la que Mc Vicar coloca a la institutriz sentada en el centro del escenario, con las maletas, y una cristalera detrás que deja pasar la fría luz de, posiblemente, un atardecer victoriano a un oscuro y algo sucio carruaje, ella canta: “[…] Whatever happens, it is I, I must decide./ A strange world for a stranger’s sake […]” (Pase lo que pase, soy yo, yo quien debe decidir./ Qué extraño mundo para un extraño). Y, a partir de aquí, todo se monta para que en ese oscuro escenario la audiencia perciba las acciones y decisiones de la institutriz y pueda hacer un juicio. No excesivamente severo, porque esa severidad va contra si mismos y, ahora, son tiempos de indulgencia, al menos con lo propio. Ellos y ellas también extraños en el mundo extraño de una sala de teatro. Donde lo terrible no es lo que sucede en escena, sino qué hacen sentados allí. En un lugar del que han echado a todos sus fantasmas y, por tanto, a ellos mismos. Proceso en el que se encuentra la institutriz.
Recuperar los fantasmas del público y llevarlos a la escena. Buena aventura esta la que voluntariamente se ha autoimpuesto Mortier como director artístico del Teatro Real. Debe ser consciente de lo que Gándara escribía en el citado post, “[…] un careo sin contemplaciones con lo que tanto tememos no puede arrojar más miedo del que ya se padece […] sino un principio de consuelo, de aceptación valiente y sin renuncia de nuestro destino (el cual, por otra parte, desconocemos).”
Hay muchos y muchas que temen lo que Mortier pueda hacer en estos cinco años que tiene por delante. Hasta ahora, el público habitual de Real miraba o malmiraba su realidad gracias a sus viejos amigos operísticos. Pero, ¿les consolará tanta claridad? Esta vez, al menos, aplausos y ovaciones cierran el espectáculo.
Oscuro.
Referencias
- Vídeo sobre el montaje The turn of the screw del Teatro Real
- Conferencia de José Luis Téllez sobre el montaje The turn of Screw
- Biutiful (post de Alejandro Gándara en El Escorpión, su blog en El Mundo)
- The turn of the screw (película de 1982 basada en la ópera, que se puede ver y oír en You Tube)
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