El público habitual del Teatro Real va con ilusión a escuchar y ver el Puccini que les ha programado Mortier. Y va con cierto temor a ver y escuchar el Dallapiccola que les ha programado también Mortier dentro de la misma velada. El primero ni se lo creen. Pues corre el rumor, insistente en las crónicas periodísticas que se hacen del director artístico del teatro y en los mentideros, de que no le gusta Puccini. El segundo es lo que se espera del mismo director artístico, al que se considera en España adalid de lo contemporáneo le pese a quien le pese, incluida a la taquilla del teatro.
Seguramente, fruto de la supuesta animadversión del público de este teatro contra lo contemporáneo, se programa primero Il prigioniero (El prisionero). Haciendo crítica ficción, tal vez el público habría salido en desbandada si Suor Angelica (Sor Angélica) se hubiese programado al principio. Lo cierto es que la primera parte del espectáculo enfría los ánimos del personal en una ya de por sí fría y lluviosa tarde de noviembre. De un tiempo en que el humor anda en horas bajas gracias a las crisis y a las letanías que hacen vivir estos tiempos como si fueran el fin del mundo que conocemos y, también, del que desconocemos.
Es cierto que la acogida de Il prigioniero es fría. Pero esta vez no se debe culpar al público. No. Las razones se encuentran en la escena y en el foso. Es tan simple y plano lo que se ofrece desde lo musical hasta lo escénico como, a la vez, tan complejo sin necesidad, que extraña la calma con la que se recibe. Espectadores resignados o, quizás, comprados por el Puccini que les han programado después, salen de la sala camino del bar para tomar su “soma” como los corderos salen a pastar para ponerse rollizos antes de entrar al matadero.
Uno podría pensar que no se está preparado para disfrutar Il prigioniero. Que es un “old fashion victim”. Que Madrid, una ciudad lejos de la metrópoli, es provinciana y “prisionera” de ese provincianismo. Que no puede entender esta historia de ansia de libertad de un preso político basada en una esperanza inexistente que alimenta el verdadero poder. Poder que es siempre intolerante con el disidente. Esperanza acompañada y alimentada por los sonidos bonitos. La campana de Gante. ¡Ja! Que se lo digan a los que viven en la ciudad y conviven con todos los movimientos sociales que esta crisis está atrayendo a la capital y en las que muchos, de una u otra manera, están involucrados.
Lo que se escucha y se ve es simplemente confusión. Ruido con justificación cultureta. Oscuridad innecesaria. Seguramente, todo esto hubiera sido menos evidente sin el acompañamiento de Suor Angelica, un melodrama de reclusión en el idílico gineceo de un claustro monjil. Donde hasta los deseos más sencillos son considerados pecados. Donde su protagonista ansía la libertad para ver y cuidar de un hijo que tuvo sin estar casada. Motivo de su confinamiento. Pero esta sí es una historia de cómo se alimenta la esperanza individual en un entorno apostólico y romano. La esperanza de tener una vida que es la esperanza de tener una idea de cómo vivirla y poder practicarla. Puccini se convierte así en el niño que en el cuento El traje nuevo del emperador de Andersen gritaba que el emperador iba desnudo. Niño en el sentido de inocente. No ha sido él quien ha hecho esta programación, ni escribió Suor Angelica en contraposición a nada que se produjese después de su muerte y menos al dodecafonismo, admirador cómo era de Schönberg. Apreciación que, por cierto, era mutua.
De nuevo, otra oportunidad perdida. Otra confirmación, para el público que ya está suficientemente reafirmado, de que lo contemporáneo no es ni será parte de su historia musical, de su relación con la música. Hay que elegir mejor los títulos. No por lo que parece que querían contar sino por lo que realmente cuentan y cómo lo cuentan. No por la importancia histórica que tuvieron o por el avance técnico que supusieron sino por la importancia que tienen y mantienen para la polis. Para lo político. Para lo público y para el público. Mortier tiene este discurso. Habría que preguntarse ¿por qué no lo mantiene?
Todo esto es tan básico, que cualquier descripción o cualificación del equipo artístico, desde el director de orquesta al de escena, desde los cantantes hasta el coro, desde la orquesta hasta el escenógrafo, sobra. Huelga. Pues sólo esconden lo que no se puede defender. Es sólo ruido. Y lo que se quiere es música en escena. Escuchar y ver más y mejor música sobre las tablas.
Referencias
- Teatro Real – Web de Il prigioniero/Suor Angelica (en español)
- Charla de José Luis Téllez sobre Il prigioniero y Suor Angelica (en español)
- Lluís Pasqual cuenta las relaciones entre las dos óperas (en español)
- Vídeo promocional del Teatro Real sobre Il prigioniero/Suor Angelica (en español e inglés)
- Il prigioniero de Dallapiccola en YouTube (en italiano sin subtítulos)
- Royal Opera House (2011) – Suor Angelica de Puccini (en italiano con subtítulos en inglés)
Etiquetas:Contemporánea, Escenografía, Música y política, Ópera
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